Požarevac, Serbia. 15 de noviembre de 2012
El día inició mal. El plan era pedalear 75 km, de Smederevo a Golubac -del centro de Serbia a su frontera con Rumania, demarcada por el río Danubio en este tramo (sí, el río Danubio sigue apareciendo en esta historia -ya perdí la cuenta del número de veces que lo he cruzado, y todavía faltan al menos un par de cruces más).
El día inició mal. El plan era pedalear 75 km, de Smederevo a Golubac -del centro de Serbia a su frontera con Rumania, demarcada por el río Danubio en este tramo (sí, el río Danubio sigue apareciendo en esta historia -ya perdí la cuenta del número de veces que lo he cruzado, y todavía faltan al menos un par de cruces más).
Bueno, decía que tenía la bici lista para partir, tras haber el largo proceso de empacar, cerrar las alforjas, montarlas en la bici, y cargar la bici hasta la primera planta (desde el primer piso de mi casa de huéspedes, la muy recomendable Prenoćište Mir). Era la hora justa para partir, las 11 am. Estos días el sol se oculta a eso de las 4.30 pm, pero la luz disminuye a partir de las 4 pm, incluso antes en días nublados o de niebla. Es por ello que mi nueva política es buscar alojamiento a las 3 pm, para evitar el riesgo de quedarme en la penumbra.
Antes de montar la bici, revisé las llantas -algo que debí haber hecho la noche anterior. Para mi horror, la de atrás estaba muy baja. Otra ponchadura! Pero ya eran demasiadas. Quizá era hora de cambiar la llanta. O de plano, de cambiar las dos. Con esta, ya eran 5 ponchaduras en los últimos 1200 km. Claramente, algo no estaba bien. En los 6200 km anteriores había sufrido sólo una! Así que, en vez de ponerme ahí mismo a arreglar la ponchadura (descargar la bici, ponerla boca abajo, quitar la rueda, etc) decidí echarle un poco de aire a la llanta ponchada y dirigirme a la tienda o taller de bicis más cercana. La amable encargada de Prenoćište Mir me dio la dirección de un lugar. No tuve problemas en encontrarlo. Adentro, encontré un hombre de unos sesenta años, quien hablaba un poco de inglés. Se llamaba Slavko.
Slavko, dueño de "Shimano Bicycle Shop and Services" en Smederevo, Serbia |
Slavko entendió mis problemas, revisó mi bicicleta y sobre todo mis llantas con detenimiento (hay que decir que no se aparecieron otros clientes durante el tiempo que yo estuve ahí!), y emitió su veredicto: sí, las llantas se tenían que ir. Ambas estaban muy gastadas, tras haber recorrido, respectivamente, 7400 y 6300. Las sustituí (una Michelin City y otra Continental City Plus) por dos Schwalbe City Plus. Hubiese querido ponerle las Schwalbe Marathon Plus, pero no las tenía. En fin, las que tengo ahora son buenas y son nuevas, seguro me aguantarán varios miles de kilómetros. Con gran destreza, Slavko realizó los cambios y me dijo que la bici estaba en lista.
Pero para ese entonces, Slavko estaba muy interesado en mi aventura. Bueno, primero que nada, estaba fascinado con mi nacionalidad: México! Mencionó a los aztecas, a Moctezuma, y a Machu Picchu. No, eso no es México, le dije! Me preguntó si yo era un azteca (a lo cual respondí, obviamente, que sí). Me preguntó sobre el tequila, y si era mejor que el whisky. Y también mencionó a Speedy González, el mexicano más famoso del mundo (creo que en algún punto incluso se refirió a mí como "González"). Dejé de ser un simple cliente, y me convertí en su huésped. Slavko me ofreció dos vasos de Coca-Cola, me pidió que me sentara. Me dio su tarjeta y me pidió que le enviara por email fotos de la expedición. También me preguntó si tenía Facebook -él obviamente sí, puesto que sobre su escritorio estaba una laptop, con el Facebook abierto. Me añadió como amigo (quién hubiera creído que un mecánico serbio de bicicletas se convertiría en mi amigo en esa red social?). El tiempo pasaba, pero ya no me importaba -sabía que no llegaría a Golubac, y ese momento de convivencia era valioso. Tras pedirle la cuenta -en la cual Slavko sólo me cobró por las dos llantas y cámaras sustituídas, regalándome la mano de obra en señal de amistad- nos tomamos una foto:
Mi nuevo amigo y yo. Las experiencias humanas hacen que valga la pena este viaje. |
Nos despedimos con un "dovidjenja!" (¡hasta pronto!), y yo enfilé hacia el este. Ya era la 1 de la tarde, sólo me quedaban dos horas antes de tener que parar para buscar alojamiento. Era difícil maniobrar, aunque la bici se sentía como nueva el viento soplaba con fuerza en mi cara. Decidí que lo mejor era hacer un día corto, pasar la noche en Požarevac a 30 km de distancia. En el trayecto no hubo nada digno de mención, todo era llano y monótono. Me frustraba notar que no podía superar los 20 km/h con facilidad, por el viento en mi contra.
Požarevac resultó otra ciudad gris, industrial, un tanto deprimente por el deterioro de los edificios y del ambiente urbano en general. Desde Austria, los países que he visitado en Europa Central y del Este (la R. Checa, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia) han sido cada uno un poquito peor que el otro en términos de la calidad de vida de sus habitantes, el cuidado al medio ambiente, los estándares de los servicios (sobre todo en restoranes y hoteles), la prosperidad visible (viviendas, comercios), etcétera. Požarevac y Smederevo me han llamado la atención porque son notoriamente más pobres que Novi Sad y Belgrado, las otras ciudades grandes que había visitado en Serbia. En todo caso, Serbia es quizá el país que he visto en este viaje que más se parece a México. El nivel de vida de la mayoría de la población es similar. No obstante ello, México es un país mucho más desigual. En Serbia no he visto los extremos brutales de riqueza y pobreza que caracterizan a nuestro país, quizá por el legado del comunismo (un sistema donde casi todos eran pobres, pero parejos, y tenían asegurado un mínimo de bienestar). Lo que me queda claro es que hay más color en las ciudades mexicanas que en las ciudades serbias, o al menos eso parece en estos días nublados de noviembre.
En tiempos comunistas, la estética de los edificios era irrelevante. Casi todas las construcciones eran austeras, sin pintar, como ésta. |
Al final me alojé en el Hotel Dunav (Dunav es Danubio en serbio), donde por 1800 dínares (unos 270 pesos) tengo una habitación sencilla, en franco estado de deterioro, pero cómoda y limpia (excepto la alfombra.. ugh!). El Hotal Dunav es uno de esos típicos hoteles enormes y semi-vacíos que uno ve en países ex-comunistas: siempre hay más staff que huéspedes, el elevador siempre está disponible, y nunca hay nadie en el restorán o en el bar. Claramente, estos hoteles han vivido mejores épocas, o quizá nunca se materializó la demanda para la cual fueron pensados. En cualquier caso, el Hotel Dunav hoy me salvó la noche, porque cuando lo encontré yo ya llevaba media hora buscando dónde alojarme, dando vueltas como loco por la ciudad.
Bueno, mañana salgo otra vez rumbo al este. Llegaré a la célebre ruta del cañón del Danubio, en el Parque Nacional Đerdap. En dos o tres días dejaré Serbia para ingresar a (todavía no sé) Bulgaria o Rumania. Sigo investigando cuál ruta es mejor, en ambos casos seguiría el Danubio un rato más (fluye de oeste a este otros trescientos kilómetros, antes de girar hacia el norte en Dobragea, Rumania). Eventualmente dejaré el Danubio y me dirigiré hacia el sur, a través de los montes Balcanes en Bulgaria, para luego disfrutar la recta final hacia Estambul.
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