18 oct 2012

Fin de semana en Viena

En un frío día de octubre, acompañado siempre por la neblina y estrenando mi traje ciclista invernal, llegué a Viena, última ciudad de Europa occidental por la que pasaré en este viaje. Sé que en términos geográficos Austria está en Europa central, pero también es cierto que tras la Segunda Guerra Mundial este país quedó -por acuerdo de los líderes de EUA, GB y la URSS- en el bloque occidental, con todas sus implicaciones políticas y económicas. Hoy Austria es uno de los países más ricos del mundo, y aunque la República Checa -mi país previo- ha avanzado muchísimo desde el fin del socialismo (y ya forma parte del "mundo desarrollado" según el Banco Mundial), la brecha en los niveles de prosperidad de ambos países sigue siendo evidente para un viajero en bicicleta. El ingreso per cápita de Austria era en 2011 de 42 mil dólares, según el Banco Mundial (en paridad de poder de compra), mientras que en la República Checa era de 26 mil dólares (para referencia, en México era de apenas 15 mil dólares anuales). No hace falta decir que esta prosperidad austriaca va acompañada de precios elevados que, aunque anticipados, fueron un shock luego de dos semanas en la República Checa (esta relación empírica entre el nivel de productividad y el nivel de precios en un país se llama efecto Balassa-Samuelson)

En Viena tuve la fortuna, una vez más, de poderme hospedar con amistades. En este caso, con Anna, a quien conocí a través de otra amiga también llamada Anna. Mi anfitriona estudia Desarrollo Internacional y de Administración de Empresas en la Universidad de Viena. Pero durante el fin de semana fue muy generosa con su tiempo y energía, al pasearme por la ciudad y ofrecerme toda la hospitalidad necesaria para hacerme sentir como en casa, aunque sólo fuera por dos noches. Visitamos Wurstelprater, un parque de diversiones donde se paga sólo para entrar a cada atracción (a diferencia del Six Flags chilango, donde se paga una fortuna para entrar al parque... para después pasar la mayor parte del día en la fila de cada atracción). Subimos a unas sillas voladoras que se elevan no sé, quizá cien metros sobre el suelo, y que van girando sobre un eje al cual están sujetadas por unas cuantas cadenas metálicas tan gruesas como un dedo meñique. No puedo describir con palabras la intensa sensación de fragilidad y de vértigo que acompañó esta experiencia. Basta decir que en todo el viaje no había experimentado tanta adrenalina! Nunca me había subido a un juego así; en el Six Flags chilango, las "sillas alpinas" o como sea que se llame la atracción equivalente, apenas se elevan unos seis o siete metros sobre el suelo! De cualquier modo, bajé del juego con la satisfacción de haber sobrevivido la experiencia, la convicción de no volver a repetirla, y la determinación de prestar más atención al funcionamiento de un juego mecánico antes de subir a él!

Las dichosas sillas voladoras. Todo mundo tan tranquilo, y yo
al borde del pánico. ¿Será que ya estoy muy viejo para estas cosas,
o que los parques de atracciones chilangos son muy light?

Speedy González, presente en los grandes eventos para
 recordarme la esencia de la identidad mexicana... Ay, ay, ay
 Subimos a un par de juegos más antes de pasar a la sesión gastronómica del día, que eso sí es lo mío. Después de degustar una selección de las mejores salchichas vienesas, nos dirigimos al centro de la ciudad para tomar un café y comer pasteles. El café donde fuimos tenía ese ambiente, esa decoración y esa música de fondo que te remite inmediatamente a principios del siglo XX, antes de la Gran Guerra, cuando Viena era una capital europea de la talla de París o Londres, una ciudad imperial que atraía y reunía a muchas de las mentes más brillantes del continente -artistas, intelectuales, científicos y hombres de negocios (de hecho, hasta antes de la Gran Guerra Viena era la ciudad germano-parlante más grande del mundo, con más de 2 millones de habitantes, un máximo histórica que nunca se ha vuelto a alcanzar).

El Palacio de los Habsburgo, antigua sede administrtiva imperial

Los nombres de los pasteles eran complicados y no me
los aprendí. Pero costaban 4 Euros, cada rebanada. Lo mismo
que el café, que siempre va acompañado de un vaso de agua.

Anna, mi extraordinaria host e infalible guía turística ocasional
Tras dos noches en Viena, el domingo en la tarde empaqué mis alforjas y emprendí la ruta hacia Bratislava, capital de Eslovaquia, siguiendo el río Danubio. Subestimé la distancia, me perdí un par de veces en el camino y el anochecer me sorprendió a varias decenas de kilómetros de mi destino. Pero no me importaba. Iba lleno de energía, tras un fin de semana de disfrutar los conforts de un hogar donde inclusive pude hablar en mi idioma materno (Anna habla español a la perfección). De este modo me despedí de Viena, de Austria y de Europa occidental de forma definitiva, para volver a cruzar la ex-Cortina de Hierro y proseguir mi camino al extremo sudoriental del viejo continente.

PD - Ya subí las fotos de la República Checa a Flickr, las pueden encontrar aquí (junto con fotos de todo el viaje). También pueden ver mis videos en YouTube haciendo click aquí. Inclusive ya subí videos desde Budapest, Hungría (mi destino actual).


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