7 ago 2012

Rescate en las montañas

Hace unas tres semanas me encontraba en un rincón de las montañas Grampians en Escocia. Estaba a tan sólo 5 días de completar mi recorrido de punta a punta de Gran Bretaña, pero me faltaba realizar el trayecto más difícil de todos: la ruta de Braemar a Grantown-on-Spey, en el Parque Nacional The Cairngorms. Mi libro guía (Lonely Planet's Cycling Britain) decía lo siguiente: "este paseo, probablemente el más difícil de todos, involucra siete montañas, tres de ellas monstruosas". La gráfica de altitud para este día (relación entre el kilometraje y la altitud sobre el nivel del mar) parecía la silueta de la mandíbula de un tiburón: picos y valles. Antes de intentar realizar este trayecto, pasé 3 noches en Braemar, intentando recobrar fuerzas y posponiendo lo inevitable (el Youth Hostel de Braemar, por cierto, es excelente). Al tercer día desayuné fuerte y comencé a pedalear. Logré subir la primera montaña, y luego tuve un descenso que casi me congeló los huesos. Vino la segunda montaña, mucho más larga y difícil que la primera. El viento soplaba fuerte en mi cara, reduciendo mi velocidad considerablemente. Ya casi llegaba a la cima cuando comencé a sentir algo raro en la llanta trasera. Ni siquiera tuve tiempo de revisar qué era, porque de pronto escuché !paf!. La cámara trasera había reventado. Mi primera ponchadura de llanta -no en el viaje, sino en mi vida- me acababa de ocurrir... en la mitad de las Highlands escocesas. Vaya suerte!


Mi primera ponchadura de llanta, en un paisaje espectacular  y remoto

Aplicando los conocimientos teóricos que había obtenido de videos en YouTube y de mi libro Bicycle Repair Manual, así como los consejos de amigos expertos, pude cambiar sustituir la cámara ponchada por una nueva en poco menos de media hora. (Debo señalar que, durante ese lapso, pasaron por la carretera unos ocho o nueve autos, y casi todos ellos se detuvieron a preguntar si todo estaba bien, si necesitaba ayuda -a lo cual yo respondí sistemáticamente que sólo era una ponchadura y que todo estaba bajo control).
Reanudé el viaje, llegué a la cima de la montaña poco después, y entonces comenzó a llover. El descenso (de 200 metros verticales) fue terrible. Las gotas de lluvia, empujadas por el fuerte viento en contra, se estrellaban contra mi cara varias veces por segundo. Era como si me estuvieran arrojando pequeñas piedras en la cara, y no podía hacer nada al respecto. Afortunadamente, al llegar al fondo del valle encontré un pequeño tearoom (Goodbrand & Ross) en la aldea de Corgaff, donde me pude refugiar de la lluvia y de paso comer un sandwich. Un rato después, la lluvia cesó y pude continuar mi trayecto rumbo al paso alpino más alto: Lecht Pass, a una altitud de 640 metros. Este paso es famoso porque la pendiente para llegar a él es de 20% (es decir, por cada 100 metros de distancia horizontal asciendes 20 metros verticales). Pero los problemas no habían terminado: tan sólo 1 kilómetro más adelante del tearoom mi llanta trasera explotó otra vez. Me preocupé: esto sí que no era normal! Puse la bici boca abajo, y examiné con cuidado la llanta. De pronto vi algo que me generó escalofríos: la llanta -no la cámara- estaba rota! Inmediatamente me di cuenta que no podía seguir, porque no traía llantas de repuesto (sólo cámaras). Una llanta rota es poco común! Tenía que ir a una tienda de bicicletas, pero el pueblo más cercano estaba a cuando menos 35 kilómetros. Empujando la bicicleta volví al tearoom, el único remanso de civilización en esas montañas.

La llanta estaba rota en el borde, justo donde está la costura
En el tearoom fueron amables, pero era poco lo que podían hacer. Llamaron por teléfono a la tienda de bicicletas en Ballater, el pueblo más cercano, pero eso no resolvía nada: tenía que encontrar un modo de llegar ahí. Tendría que buscar un aventón, aunque con mi bicicleta (y todo mi equipaje a cuestas) requeriría un vehículo más grande que un auto compacto. Mientras les daba las gracias al staff del tearoom, noté que en el estacionamiento había una camper van, y que junto a ella había una pareja con un perro. Sin dudarlo un instante, salí a buscarlos. Les expliqué mi problema. No tuve que gastar mucha saliva para que accedieran a ayudarme. "Te podemos llevar a la tienda de bicis en Ballater"- dijo el hombre -"Sólo hay una cosa, nosotros hoy vamos a acampar en un sitio cerca de aquí. Tienes tienda de campaña? Si gustas, puedes venir con nosotros y mañana en la mañana te llevamos a Ballater". Acampar con una pareja de pensionados británicos en las Highlands escocesas, por qué no? Él era Albert, ella era Sue, y su adorable mascota se llamaba Sandie. Ingleses de Lancaster, estaban realizando un viaje de diez días por Escocia. Su camper van era suficientemente grande para que cupiera mi bicicleta y mi equipaje. Subí, y arrancamos con rumbo sur -al día siguiente tendría que volver a subir esas dos montañas, pero eso no importaba ya. Estaba sustituyendo una mala tarde en la bicicleta por una experiencia cultural invaluable, la oportunidad de conocer y convivir con personas generosas, cálidas y hospitalarias, que jamás hubiera conocido de no ser por mi incidente ciclista.

Albert, Sue y Sandie, posando junto a su camper van en Tarland

Sandie, una mascota adorable
Esa tarde fue idílica. Conducimos hasta una aldea llamada Tarland, y Albert me invitó la cena (fish & chips). Llegamos al parque de carvanas (Tarland) y cenamos en la camper van. Conversamos de todo: Escocia, Inglaterra, mi viaje ciclista, su vida en Lancaster, la vida de sus hijos, mi vida en México, la política británica y mexicana, etcétera. A las 10.30 pm ya estaba oscuro y decidí despedirme, era hora de ir a dormir a mi tienda de campaña. Al día siguiente, Albert y Sue me llevaron hasta la tienda de bicicletas en Ballater, y se mantuvieron a mi lado durante la reparación de la bicicleta. Llegó la hora de despedirnos, y de verdad que fue difícil. Si bien los había conocido hacía apenas 14 o 15 horas, Albert y Sue ya eran amigos y los estimaba. Me dijeron que los pasara a visitar si me encontraba en los alrededores de Lancaster. Intercambiamos correos electrónicos y teléfonos, y estrechamos las manos. Subí a la bici, y comencé a pedalear sin mirar atrás. Tenía un día difícil frente a mí -estaba cerca del punto donde había iniciado mi recorrido el día anterior, de modo que tendría que volver a subir las dos primeras montañas. Pero al mismo tiempo estaba contento, me sentía afortunado y pensaba en la enorme paradoja que encerraba la experiencia del día anterior: cómo un incidente tan desagradable como la ponchadura de una llanta se había transformado en una de las mejores experiencias del viaje? La esencia de viajar, creo yo, es encontrar estas experiencias fortuitamente. En inglés, esto se denomina serendipity.

Con llanta nueva volví a Lecht Road y pude completar este paseo
alpino, el más difícil que realicé en Escocia
Por cierto, Albert -quien es un excelente fotógrafo amateur- me envió varias fotos de delfines que tomó en un pueblo llamado Rosemarkie, cerca de Inverness en Escocia. Es uno de los mejores lugares para ver delfines en Europa. En mi recorrido al norte de Escocia me detuve en este punto, siguiendo su consejo, pero no pude ver delfines. Le comenté a Albert que no había tenido suerte, y amablemente me envió fotos que tomó apenas unos días antes de conocernos.

Espectacular foto de delfines saltando, tomada por Albert
en Rosemarkie en la isla negra (Black Isle), al norte de Inverness

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