Hace exactamente una semana llegué a Estambul. Aparte de disfrutar la ciudad y convivir con viajeros de todo el mundo en los hostales, he dedicado un poco de tiempo a analizar mi recorrido. Todos los días del viaje he estado registrando las estadísticas básicas (tiempo, distancia, velocidad). También he registrado (y recuerdo bien) los momentos en que he tenido ponchaduras o en que he tenido que ajustarle algo a la bici. Por eso fue posible generar las cifras a continuación. Las estadísticas completas de todos los días del viaje las pueden consultar en este sitio.
Distancia bruta (odómetro): 8,512 km
Distancia neta: 8,318 km (98% del total)
Otros trayectos: 194 km (2% del total)
Del 23 de junio al 4 de diciembre transcurrieron 165 días. En 104 de ellos realicé trayectos (es decir, me subí a la bici para viajar de un punto a otro). En los 61 días restantes me dediqué a otras cosas, como descansar, socializar y turistear. Durante estos días a veces usé la bici para, por ejemplo, pasear por las ciudades. Estos son los otros trayectos que menciono arriba. En esta categoría también entran los trayectos cortos que realicé luego de haber llegado a un destino. Por ejemplo, cuando tengo que salir a comprar comida tras haberme instalado en un hotel o campamento. Los datos que voy a mostrar abajo se refieren únicamente a los 8,318 km que constituyen la distancia neta.
Días de bici: 104
Tiempo total en la bici: 441 horas
Tiempo promedio por día: 4 horas 14 minutos
Velocidad promedio: 18.9 km/h (=8,318 km/441 hrs)
Distancia promedio: 80 kilómetros (=8,318 km/104 días)
Días más largos
Licques (Francia) a Brujas (Bélgica), 128 km en 5 h 50 min
Helmsdale (Escocia) a Inverness (Escocia), 127 km en 7 h 13 min
Mers-les-Bains (Francia) a Licques (Francia), 127 km 6 h 9 min
Mis últimos días en Francia fueron de los más largos del viaje.
Días más rápidos (vel. promedio diaria)
Dunaföldvar (Hungría) a Bátászek (Hungría), 25.5 km/h
Osijek (Croacia) a Novi Sad (Serbia), 25.0 km/h
Novi Sad (Serbia) a Belgrado (Serbia), 24.2 km/h
Los vientos a favor y el terreno plano me permitieron
alcanzar velocidades promedio diarias de hasta
25 km/h en Eslovaquia, Hungría y Serbia.
Mayores ascensos diarios
Las dos etapas topográficamente más complicadas del viaje han sido las montañas Grampians en las Highlands de Escocia, y las montañas del centro-sur de Alemania. Estas últimas aparecieron inesperadamente. No se trata de grandes montañas, pero tuve que subir y bajar muchas de ellas.
Friedland a Wiesbaden (Alemania), 1532 metros (21/09/2012)
Frankfurt-am-Main a Lohr (Alemania), 1522 metros (23/09/2012)
Ballater a Grantown-on-Spey (Escocia), 1355 metros (12/07/2012)
Cruzar las montañas Grampians en Escocia, quizá el mayor
reto físico del viaje hasta ahora.
Las monrañas alemanas no eran grandes pero sí numerosas
Problemas técnicos
La llanta trasera original (Michelin City) resultó defectuosa, tras 1322 km la tuve que reemplazar por una Continental Contact tras ocasionarme ponchaduras (11 de julio de 2012).
La segunda llanta trasera (Continental Contact) se ponchó a los 6255 km en la Rep. Checa, luego otra vez aprox. a los 6400 km en Austria, de nuevo a los 6540 km y finalmente a los 7400 km en Serbia, tras lo cual la reemplacé por una Schwalbe City.
La llanta delantera original (Michelin City) no tuvo ponchaduras hasta los 6600 km, en Eslovaquia. También la reemplacé por una Schwalbe City a los 7400 km en Serbia.
Desde los 7400 km en Smederevo, Serbia, no he tenido ponchaduras (van 1100 km)
Entre Corgaff (Escocia) y Ceske Budejovice (Rep. Checa) transcurrieron 4933 km sin ninguna ponchadura, la mayor racha hasta ahora.
Aparte de las ponchaduras, sólo he tenido un rayo roto (cerca de Dunaföldvar, Hungría, tras 6955 km). Lo reparé sin dificultades.
En Edinburgo, Escocia sufrí mi única caída de la bici hasta ahora, tras 1126 km. Era un día llovioso y yo pedaleaba en una ciclovía angosta y de superficie irregular y resbalosa.
Reparando una ponchadura en Escocia
Mantenimiento y cambio de componentes
En Oxford, Praga y Belgrado, (es decir a los 3156, 6030 y 7313 km respectivamente) mi bici fue examinada y recibió mantenimiento por mecánicos profesionales.
En Praga (tras 6030 km) cambié las velocidades traseras (sprocket) y la cadena. Las velocidades delanteras (chainwheel) las cambiaré probablemente en Ankara o Tehrán, el próximo año.
Y como ya mencioné, actualmente mis llantas son Schwalbe City que cambiaré por unas Schwalbe Marathon en algún punto, posiblemente en Ankara o quizá incluso en Estambul.
En Praga también cambié los pads de los frenos.
En general no he tenido muchos problemas técnicos. Mi Surly Long Haul Trucker ha aguantado el trayecto muy bien. No en vano muchos afirman que es la mejor touring bicycle en el mercado. En Serbia un mecánico me dijo que es una bicicleta que me puede llevar hasta la Luna, que es lo mejor que te pueden decir sobre tu máquina. Mis habilidades como mecánico siguen siendo muy limitadas, puedo reparar una ponchadura, cambiar la cámara y reparar un rayo roto, pero poco más. Puede que se me presente un problema más serio que no pueda resolver, pero ya veré que hago en ese escenario. Tras 8,500 km sólo me he quedado varado en medio de la carretera una sola vez, y fue al inicio del viaje en Escocia. Hay que llevar repuestos (cámaras, llantas, rayos) y herramientas básicas, y dejar lo demás a la suerte (es decir, no hay que preocuparse por problemas que pueden surgir con una baja probabilidad).
El arranque en Europa -Land's End, 23 de junio
Entrando en ritmo en Inglaterra
El final - Estambul, 4 de diciembre
Habrá a quien le parezca algo obsesivo llevar las cifras. No sé si lo sea, lo que sí sé es que es algo extremadamente fácil: basta con resetear la computadora de viaje cada mañana, y apuntar las cifras en una libreta al final del día (lo cual tarde un minuto). Cuando miras hacia atrás, las cifras te permiten ver con objetividad qué hiciste cada día, y de ese modo te permiten refrescar tu memoria al instante. Hay ciclistas que no llevan estadísticas, pero la mayoría de los que he conocido sí lo hacen. De hecho, yo no he hecho cosas como marcar exactamente mi ruta o publicar mis gráficas de elevación (en parte porque, honestamente, no tengo idea de cómo hacerlo). Lo que sí creo es que la información puede serle útil a otras personas planeando un viaje similar.
Bueno, aquí me despido. Hasta nuevo aviso estaré tomando unas vacaciones de la bicicleta, posiblemente hasta febrero o marzo de 2013. Por aquí les estaré avisando conforme mis planes se definan.
No fue el final de película que hubiera querido. La lluvia estaba ahí cuando desperté, y nunca se fue. Desde el kilómetro 5 ya estaba empapado. Iba mentalizado para enfrentarme al tráfico enloquecedor de una megalópolis, pero no consideré los otros retos que me fueron apareciendo en el camino. Primero, las condiciones esquizofrénicas del camino, que un par de kilómetros era una autopista impecable, como alfombra negra, para luego transformarse, súbitamente, en un camino de terracería (presumiblemente por obras viales... que se sucedían unas a otras cada cinco kilómetros). Luego, los perros salvajes que merodeaban la carretera al más puro estilo mafioso, persiguiendo e intimidando a los incautos. En un par de ocasiones tuve que enfrentar a perros alfa que se me acercaron mostrando sus colmillos y ladrando. Al bajarme de la bici y pararme a un costado de ella, los perros se tranquilizaban. Pero aún así, el temor a un enfrentamiento me llevó a procurarme un arma muy rudimentaria, una rama de árbol que encontré a la orilla de la carretera. Afortunadamente, no tuve que usarla. La tiré al entrar a Estambul.
A los 50 kilómetros entré a los suburbios de la megalópolis euroasiática. Para ese entonces iba yo en una autopista de 6 carriles, la D020, que se suponía que era la vía más tranquila para ingresar a Estambul. Pero no tuve mucha oportunidad de apreciar los cambios en el paisaje. Mi autopista comenzó a interactuar con varias otras autopistas de forma violenta y desconcertante. Por todos lados había carriles de entrada y de salida. Yo iba en el acotamiento carretero, pero en varias ocasiones mi acotamiento se convertía en el carril central de la autopista cuando se incorporaban a la misma otros dos carriles sobre los que rodaban vehículos a 100 km/h.
Mi sentidos estaban en modo de máxima alerta. Estaba navegando una red de espaguetis carreteros que se enredaban con el paso de los kilómetros. Eventualmente me deshice de ellos, entré a la ciudad propiamente, y aparecieron los semáforos, los camiones, los peatones. No tardé mucho en notar que en esta ciudad las bicicletas no tenían lugar, o al menos esa es la lección que me querían impartir el resto de los vehículos. Frustrado, nervioso y confundido, saqué mi bicicleta de esa gran avenida que me llevaba hacia el este, hacia Sultanahmet, mi meta. Cargué mi bici y la puse sobre la banqueta, que cada cien metros desaparecía o estaba bloqueada por autos o materiales de construcción. De nuevo cargué la bicicleta, la llevé hacia un río, y pude avanzar un kilómetro o dos sobre un rudimentario malecón. Luego volví a la calle, tuve que hacer un par de cruces peligrosos e ilegales en una avenida para ponerme del lado correcto de ella. Y así, poco a poco, me fui acercando. La adrenalina seguía fluyendo, y pude subir la colina final con una velocidad prodigiosa, imprimiendo un máximo de energía a cada vuelta de pedal porque sabía que no faltaba mucho. Tuve un roce cercano más con otro automóvil, luego giré a la izquierda en la avenida del tranvía y quedé de frente a la Aya Sofía. Salí de la avenida, cargué mi bici para bajar unas escaleras y llegar a la plaza. De un lado la Aya Sofía, del otro la Mezquita Azul. El fin. Me detuve un par de minutos para tranquilizarme, convencerme de que ya estaba ahí. Luego saqué la cámara y grabé un breve video mientras le daba la vuelta a la plaza que conecta los dos monumentos. Aquí lo tienen:
El próximo año vendrán nuevos retos, pero por el momento quiero disfrutar este logro y esta ciudad. Fueron 8512 kilómetros desde que empecé el 23 de junio. 104 trayectos individuales, en un periodo de 165 días. 14 países visitados. Ya habrá tiempo para reflexionar y escribir con calma sobre las lecciones de este recorrido, pero desde ahora puedo adelantar una cosa: lo más difícil fue empezar a pedalear. Lo demás es inercia.
Estoy a tan sólo 60 km de Estambul, en esa metapenínsula balcánica llamada Tracia. Tres horas a velocidad normal, aunque siendo honesto creo que mañana rodaré a una velocidad mucho más baja. Estambul es un monstruo de ciudad, con una población -contando los suburbios- de 13.5 millones de habitantes. Mañana podría ser el día más difícil de todo el viaje. Imaginen que un ciclista sueco, que lleva apenas una semana en el país y no habla español, llega a Teotihuacán y al día siguiente sale a pedalear con la intención de llegar a Tlalpan, en la Ciudad de México... Creo que más o menos eso es lo que me espera. Pero no tengo duda de que, de algún modo u otro, y tarde lo que me tarde (caray, tendré todo el día) llegaré eventualmente a mi destino, el hostal Old City Esma en Sultanahmet (el barrio más antiguo de Estambul, donde está la Aya Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna Romana y otros monumentos impresionantes).
Un letrero que pasé hoy en la carretera D020, la vía más tranquila
y segura para llegar a Estambul desde Europa (en vez de la
peligrosa y muy transitada D100)
Bueno, antes de seguir hablando de Estambul (ya llegará el tiempo de eso) quiero echarme tres pasos para atrás y hablar de lo que han sido los últimos días, que han sido entretenidos e inusuales aunque poco productivos en términos ciclistas. Escribí mi post anterior desde Kirklareli, y luego anduve a Pinarhisar, Saray y de ahí a Subasi, donde me encuentro actualmente. Apenas 140 kilómetros en 4 días. Parece un desperdicio de tiempo, y de hecho lo sería, si mi único criterio fuera llegar a Estambul lo más rápido posible. Pero no es así. Mi motivación principal, en Turquía, es justamente explorar Turquía, entender Turquía, conocer a su gente, y en general disfrutar mi experiencia en complejo país que día con día ha retado algunos de los estereotipos y prejuicios con los que yo llegué (bueno, más que retarlos los va destruyendo... pero ya llegaré a eso).
Cuando llegué a Turquía el mal clima (niebla, frío, algo de lluvia) que me había perseguido en Bulgaria (y afectado irreversiblemente mi experiencia en ese país) desapareció. Tuve sol y cielos azules tanto a mi llegada a Edirne como en mi trayecto hacia Kirklareli. De hecho, gracias al súbito e inesperado ascenso de temperatura, por primera vez en muchas semanas pude guardar mi chamarra y quedarme sólo en mi jersey. Había un viento muy fuerte del sur, que no me afectaba mucho dado que yo iba hacia el este (es molesto un viento transversal, pero no tanto como uno frontal). Aqui pueden ver escenas de ese trayecto Edirne-Kirklareli (65 km):
Pero el aire caliente, al mezclarse con las masas de aire frío, generó lluvia. Y en cantidades industriales. Al día siguiente, en Kirklareli, caía un aguacero. Empaqué y monté mi bicicleta pensando de forma optimista: la lluvia no puede durar todo el día, me dije. Y de hecho, así fue. La lluvia me acompañó durante media hora, luego desapareció... Y luego volvió, esta vez para quedarse. Mientras estaba comprando galletas y un refresco en una tiendita en el pueblo de Pinarhisar, la lluvia arreció. Seguí pedaleando, pero la lluvia, combinada con el viento (que ahora soplaba desde el sureste, es decir justo en mi contra) me dificultaban las cosas de forma increíble. Las gotas de lluvia eran aventadas por el viento contra mi cara con tanta fuerza que dolía, era como si cada segundo me estuvieran arrojando diez piedritas del tamaño de una canica. Y claro, me estaba empapando. Ya en las afueras de Pinarhisar mi mente le daba vueltas a la posibilidad de cancelar el trayecto y buscar alojamiento donde fuera. No podía seguir en esas condiciones tan desagradables. Fue entonces que vislumbré un motel al lado de una gasolinera. Era una ubicación improbable, así que lo tomé como una señal divina. Era también un restorán, lo cual me alegró: estaba lejos del centro del pueblo, y no quería volver a salir en el resto del día (en la lluvia y oscuridad). Así que, tras haber recorrido sólo 30 km, di por concluido mi día ciclista y me apresuré a hacer el check-in y llevar mis alforjas a mi cuarto.
Ventana de mi cuarto en el motel en Pinarhisar
Pasé el resto del día leyendo y surfeando la web. Estos días estoy leyendo compulsivamente Bill Bryson, no hay otro autor que logre hacerme reír a carcajadas en público. Ya leí Notes from a Small Island,I'm a Stranger Here Myself y actualmente estoy leyendo A Short History of Nearly Everything y Neither Here nor There. Bill Bryson tiene una prosa magnífica y un sentido del humor aún mejor. De hecho, no sé cómo viví todos estos años sin descubrirlo (mi exjefe me introdujo a Bryson justo antes de emprender este viaje). Si no les da pena explotar de la risa en un Starbucks o en algún otro lugar público mientras leen, les recomiendo muchísimo a Bill Bryson (como dato cultural, Bryson es actualmente el autor de libros de no-ficción [nonfiction] más vendido en Gran Bretaña).
Pero vuelvo a la historia. Esa tarde no dejó de llover en Pinarhisar. La verdad, eso es lo que yo quería, para sentirme validado en mi decisión de cancelar el recorrido (si a los 10 minutos de ocupar mi habitación el cielo se hubiera despejado, me hubiera dado de topes contra la pared). La lluvia continuó en la noche. Pero la mañana siguiente ya no llovía, aunque el cielo estaba plagado de nubes de apariencia hostil. Tras desayunar e impresionar a los empleados del hotel con las tres palabras en turco que había aprendido la noche anterior (hola, gracias y adiós: merhaba, teshekkur ederim y elveda) emprendí el camino a Estambul. Salí de Pinarhisar, subí una colina, crucé un valle, y empezó a chispear. El viento, siempre el viento, me empujaba transversalmente unas veces y otras simplemente me golpeaba en la cara. Apenas llevaba 30 km pero las cosas, otra vez, pintaban mal. La lluvia aumentó en intensidad. Me faltaban 7 km para Saray, donde sabía que había un hotel. Para cuando llegué a las afueras de Saray, la lluvia ya era un aguacero y yo ya había decidido que no iría más lejos. Me dirigí al hotel, y me resigné a otro día de lluvia -otro día de leer, meditar y entetenerme con lo que encontrara a mi paso. Esta vez decidí que usaría mi tiempo para crear mi propio phrasebook de turco, usando Google Translate y materiales gratuitos que encontré en internet (por cierto, sabían que la BBC tiene mini-cursos de idiomas extranjeros bastante decentes?).
Lo esencial: saludar, agradecer , decir sí, no, por favor. Los números.
Preguntar cuánto cuesta algo. Pedir un cuarto, pedir un platillo.
Con eso basta para sobrevivir. Ah, y la pronunciación!
Hoy en día la mayoría de los backpackers pueden darse el lujo de no aprender ni una palabra de los idiomas de los países que visitan, porque la industria turística global se desarrolla siempre en torno a las necesidades de los turistas (es decir, al inglés). Pero fuera de los centros turísticos, en esta parte del mundo es esencial saber al menos algunas palabras en el idioma local. Si en los Balcanes poca gente hablaba inglés, aquí en Turquía menos. Y el turco, vaya que es un idioma difícil! Ya escribiré de eso más adelante, pero aquí sólo quiero decir que es mucho más fácil el búlgaro (con todo y su alfabeto cirílico) que el turco (que se escribe en el alfabeto romano... es decir, éste). El retorno a la inversión de tiempo y esfuerzo para aprender idiomas, cuando uno realiza viajes como el mío, es altísimo. (Y aunque les estoy diciendo todo esto, yo sigo sin saber qué diablos pedir en los restoranes aparte de köfte, que es lo que he comido cinco días seguidos).
En fin, volvemos a la historia: estoy en Saray, es otro día de lluvia ("día perdido" podríamos decir). El día se fue con rapidez, entre que leía a Bryson, y aprendía algo de turco me dio la hora de cenar, y ya no llovía. La mañana siguiente desperté un poco más tarde de lo planeado, me bañé y comencé a empacar. Justo cuando creí que ya tenía todo listo para partir, me di cuenta de que aún había demasiado espacio en una de las alforjas traseras (las grandotas). Tanto espacio sobraba, que era obvio que me había faltado empacar algo. Pasé lista rápidamente a mis bultos y entonces pude identificar al ausente: la bolsa con la ropa sucia. Carajo, dónde estaba?! Busqué en todos lados. Me cayó el veinte: había dejado la ropa sucia en el hotel anterior, 44 km atrás! Evalué el valor de la bolsa y sus contenidos: no, no podía darla por perdida. Y así comprendí que sería otro día perdido, que tendría que quedarme ahí mismo otra noche, y que tenía que volver a Saray. Por una bolsa con ropa sucia, en la cual había ropa ciclista que es cara. Y lo que me daba más coraje es que era un día precioso para pedalear, pero no podría hacerlo. Bueno, podía ir de vuelta a Pinarhisar en bici pero, francamente, la idea de recorrer el mismo camino otras dos veces en bicicleta no me hacía feliz. No, tomaría el autobús. Una nueva experiencia en Turquía.
Volver a Pinarhisar fue fácil. De la estación de autobuses (otogar) tomé un bus a Vize, un pueblo intermedio. Uno de los empleados de la línea, quien iba a bordo, hablaba inglés. Era estudiante. Cuando le dije que era de México, se negó a venderme un boleto! Era su invitado, me dijo. Me he encontrado varios gestos de este tipo en Turquía -gente que te ofrece una taza de té, una galleta, o que simplemente te trata con deferencia porque eres extranjero. Y cuando me dicen, "y por qué viniste aquí?" les digo "porque Turquía es un país hermoso" y con eso basta para ganarme su amistad. Sí, los turcos son amistosos, y muy patrióticos.
Próspero pueblito en una colina, cerca de Subasi
Antes de emprender mi expedición para rescatar mi bolsa de ropa sucia, escribí una nota explicativa en turco tanto para el gerente de mi hotel en Saray como para la gente del hotel en Pinarhisar (donde había olvidado la ropa). Google Translate al parecer hizo un buen trabajo, porque la gente del hotel entendió bien mi problema y me llevaron a mi exhabitación. Y ahí, hasta abajo en el armario, estaba mi bolsa! El cuarto estaba limpio y listo para recibir nuevos huéspedes pero claramente nadie había notado mi bolsa de ropa. Entonces recordé por qué la había puesto ahí: "será imposible olvidarla", había razonado, "porque es un bulto demasiado grande... no hay modo de olvidar algo tan grande". Sobra decir que esta lógica resultó ser muy mala! Nada es inolvidable (en el sentido de físicamente olvidar algo) en esta vida y en este viaje.
Bosques y campos de Tracia, en un día hermoso
Y así llegamos a este día, el penúltimo de mi recorrido hacia Estambul. Luego de la pifia de la bolsa de ropa, hoy en la mañana sí logré salir de Pinarhisar rumbo a Subasi, un pueblo a sólo 60 km de Estambul. Las condiciones fueron perfectas: sol, cielo azul, viento neutral y a veces a favor, poco tráfico. La carretera es excelente y suficientemente ancha como para evitar ponerme nervioso cuando pasan camiones.
El personaje del día
De Pinarhisar a Subasi fueron 62 km. El highlight del trayecto fue encontrarme a un pobre ciclista noruego, de nombre Casper, con una llanta rota y la bicicleta boca abajo, a la mitad del camino. Casper salió de algún lugar de Noruega con la intención de llegar a Estambul. Y, considerando los medios de los que dispone, es increíble que haya llegado tan lejos. Su bicicleta es una bici de montaña común y corriente, con las llantas más baratas del mercado. Sus ropas son más bien harapos, todas rotas, sucias. Casper es realmente un vagadundo que vive, literalmente, en la calle. Me dijo que estaba acampando a lo salvaje todas las noches, y que su última noche bajo techo (y presumiblemente su último baño) había sido en Belgrado. Eso explicaba el mal olor que emanaba de su persona.
Admiro la tenacidad de gente como Casper, que demuestra que se puede viajar por el mundo en bicicleta con medios muy modestos. Provisto de su tienda de acampar y su estufa de camping, Casper seguramente estaba gastando en una semana lo que yo gasto en un día. Pero su estilo de viaje no es atractivo para todos. Yo, por ejemplo, no querría estar varios días sin bañarme, acampando cada noche a la orilla de la carretera, sin hablar con nadie, sin poder entrar a un café o restorán durante el día, sin poder refugiarme del frío y del viento. Gente como Casper son los hardcore del mundo del tour cycling. La categoría en la que yo me ubico es la denominada mid-range: no nos importa salir a pedalear durante horas y enfrentar los elementos, y ensuciarnos en el camino. Pero también queremos higiene, comfort, y estar rodeados de gente.
Después de despedirme de Casper, tardé otra media hora en llegar a Subasi, mi destino del día. Almorcé en un restorán y luego me dirigí al Hotel Kleopatra, el único disponible, de cuya existencia me había informado Rob (el ciclista inglés que conocí en Belgrado). No lo sabía yo, pero lo mejor del día aún estaba por venir.
De entrada, me llamó la atención el contraste entre el tamaño del hotel y el deterioro de las instalaciones. ¿Quién construiría un hotel tan grande en la mitad de la nada? Subasi ni siquiera tiene calles, apenas es un pueblito en el cruce de tres carreteras. El hotel tenía unas 30 o 40 habitaciones, y por supuesto que tenían una libre para mí. No vi ningún otro huésped al llegar. Después de bañarme puse la televisión, y mientras buscaba canales en inglés comencé a escuchar ruidos del cuarto de junto que indicaban que estaba ocurriendo ahí un intenso encuentro romántico. Sin ganas de escuchar ese soundtrack, tomé mi limitadísima netbook y me dirigí al lobby, que era de cualquier modo el único lugar donde servía el wi-fi. A la media hora se fue la luz en todo el hotel, y volví a mi cuarto con muchísima dificultad, en total oscuridad, chocando con paredes un par de veces. Unos minutos después la electricidad volvió, y de nuevo bajé al lobby. Pero al caminar por el pasillo noté que ahora las puertas de varias habitaciones estaban abiertas, y no había nadie en ellas. Mmhh. ¿Quién hace check-out a las 6 de la tarde? Comencé a atar cabos: estaba en un hotel de paso, o un love motel. Minutos más tarde lo confirmé, cuando vi llegar a una pareja al lobby. Sin equipaje, excepto por la bolsa de mano de ella. Claramente, ellos no estaban ahí de viaje. Más tarde, cuando volví al cuarto, vi que la distribución de puertas abiertas y cerradas había cambiado. En este viaje me he hospedado en todo tipo de hoteles, y he visto algunos decididamente épicos (particularmente en Serbia y Bulgaria) pero jamás me había tocado uno cuya clientela principal fueran personas que van ahí para dormir.
Pero faltaba la puntada del día. Cuando quise ir al restorán a cenar, a eso de las 7, el encargado me puso una cara de que algo no estaba bien. Le pregunté si había problema, tras lo cual me hizo gestos para que lo siguiera al interior de la cocina. Se me hizo raro, pero asumí que me mostraría una limitada selección de platillos disponibles -ya cocinados- para que yo eligiera directamente. Pero no. Lo que me mostró, fue una sección totalmente carbonizada de la cocina. Todo estaba quemado, claramente había habido una explosión. El techo se había derretido y roto. Pues, por eso no había servicio de restorán. Afortunadamente, el cocinero responsable de la explosión (quien estaba en el proceso de cocinar papas a la francesa!) no había sufrido quemaduras graves. O eso espero. Sólo sé que no fue a dar al hospital. También entendí que por eso se había ido la luz unas horas atrás.
Mi habitación en el infame Hotel Kleopatra
Tuve que salir a cenar al pueblo. Para llegar a él, había que caminar unos 500 metros sobre la carretera, que estaba totalmente oscura. A ambos lados de ella habían perros, organizados en pequeñas bandas, que estaban ahí con la inequívoca intención de intimidar a la gente y reafirmar su primacía territorial. En varias partes de Turquía he visto esta escena. Sin otra cosa qué hacer, los perros le juegan a los mafiosos de la colonia, y les encanta perseguir y espantar a automovilistas y ciclistas. Por suerte, en ese momento no estaba yo en una bicicleta, y creo que con los peatones son más relajados.
En el pueblo había varios salones de té pero sólo un mini-restorán. Entré, miré el menú, no entendí nada y me fui. Luego volví, porque realmente era el único sitio que vendía comida (aparte de las tiendas de abarrotes). Comí un dürum mediocre y bebí un Ayran por 8 TL (4 Euros), lo cual me pareció exorbitante. Complementé mi cena con galletas que compré de regreso, y una Coca-Cola. En la tienda me preguntaron, por cuarta vez en el día, que de dónde era. Y por cuarta vez en el día, alzaron las cejas y no supieron qué decir cuando dije que de México.
De vuelta en el hotel, noté con frustración que el wi-fi ya no funcionaba, y que por lo tanto no podría publicar el post que están leyendo en este momento. Pero encendí mi Kindle y continué leyendo las aventuras europeas de Bill Bryson (Neither here nor there). Y así pude cerrar mi día riendo a carcajadas, en ese hotel de paso a la mitad de la nada, a tan sólo un día de Estambul y del fin de mi año ciclista.
Así me veía al llegar a Subasi. Noten el peinado, producto de traer
el casco puesto durante cuatro horas. Y el esbozo de sonrisa por
haber llegado a mi destino y estar a tan sólo un día de Estambul.
Estaba a la mitad de un sueño (no recuerdo bien de qué trataba, creo que nada memorable) cuando, por alguna razón, desperté. Escuché ruidos lejanos, pero fuertes. Primero no supe si eran gritos, música o los ubicuos tamales oaxaqueños. Confundido, miré mi reloj: las 6 am! (se suponía que era mi día de descanso y que dormiría hasta tarde). Dónde estoy? En Turquía. Entonces los ruidos, que habían cesado unos segundos, comenzaron otra vez. Escuché una voz que cantaba: bla bla bla Allahu Akbar!
Entonces me cayó el veinte: era el llamado a rezar (Adhan) para los creyentes islámicos! Cinco veces al día, desde los minaretes de las mezquitas, los muezzines se encargan de avisarle a los creyentes que es hora de rezar (la primera vez del día es al amanecer, y la última al anochecer). Para incrementar la eficacia de estos "anuncios a la comunidad", los muezzines utilizan bocinas y altavoces de una potencia asombrosa. Como resultado de esto, es casi imposible no oír el Adhan varias veces al día cuando uno está en una ciudad o comunidad musulmana. Salvo que uno tenga a la mano tapones para los oídos, que le permitan ahorrarse la molestia de ser despertado a las 6 de la mañana!
Las mezquitas son sin duda muy bonitas, pero ¿a quién
le gusta ser despertado por una, a las 6 AM?
Escuchar el llamado islámico a rezar es sólo uno de los muchos nuevos elementos en mi vida cotidiana desde que llegué a Turquía. Después de más de cinco meses en Europa, y dos meses en los países ex-comunistas de la Europa central y del este, desde que estoy en Turquía (y apenas es mi tercera noche) me ha quedado claro que esta nación es otra cosa. Cruzar de Bulgaria a Turquía implicó un contraste mayor que el que había experimentado en los otros cruces fronterizos de este viaje. Primero, por el factor que ya mencioné: Turquía es un país musulmán (aunque secular), y solo este hecho marca una profunda diferencia respecto a los otros países europeos, en los cuales predomina la fe cristiana, en varias formas (la iglesa católica, las iglesias protestantes, y las iglesias ortodoxas). Segundo, porque además de la religión, hay aspectos de la cultura turca que no tienen equivalente en los países europeos y que son evidentes para el viajero occidental, como el culto a la personalidad de Mustafa Kemal Atatürk (el "padre de los turcos", fundador de la República de Turquía y su primer líder). En todas las oficinas (privadas y de gobierno), escuelas, hoteles, restoranes y negocios de cualquier índole, así como (posiblemente) en todas las casas, uno encuentra cuando menos un retrado de Atatürk.
Bueno, hay otros aspectos de la cultura turca que diferencian a Turquía de Europa. El idioma es otro: el turco no es un idioma europeo sino túrquico, cuyos parientes más cercanos son el azeri, el kasajo, el kirguizo, el uzbeko y el turkmeni, entre otros.
Los idiomas túrquicos en el mundo - en azul fuerte, los países donde estos idiomas tienen carácter oficial.
En azul claro, donde son hablados por una minoría al interior de un país
Lo anterior se debe a que los turcos no son un pueblo europeo, sino que descienden de grupos nomádicos del centro de Asia que llegaron a Anatolia (Asia Menor) hace unos mil años. No siempre estuvieron unificados, y tuvieron que luchar contra varias civilizaciones (mongoles, persas, griegos-bizantinos, árabes) para afianzarse en su nuevo territorio. En 1299 un líder turco llamado Osman Bey unificó a los turcos en un Estado que eventualmente pasó a ser conocido en Europa como Imperio Otomano (en turco Osmanlı İmparatorluğu). Los otomanos tuvieron un éxito espectacular en su conquista de nuevos territorios en Asia Menor, el Medio Oriente, los Balcanes y el norte de África. En 1453 conquistaron Bizancio, poniendo fin al otrora poderosísimo imperio bizantino, y la transformaron en su nueva capital, que pasaría a llamarse Estambul. Los siglos XVI y XVII marcaron el apogeo del imperio otomano, que en esa época era el imperio contiguo más grande del mundo.
Mapa de la expansión del imperio otomano (licencia Creative Commons, tomado de Wikipedia.com).
Fue durante el apogeo del imperio otomano que la gran mezquita Selimiye fue construida en Edirne por el célebre arquitecto Mimar Sinan. Su diseño combina elementos tanto islámicos como bizantinos (los otomanos tomaron muchos elementos arquitectónicos de la Hagia Sofía de Estambul, una iglesia bizantina que tras la conquista otomana fue transformada en mezquita añadiéndole minaretes, y que hoy funciona como museo).
Visitar la mezquita Selimiye fue la principal razón por la cual pasé por Edirne en mi trayecto del sureste de Bulgaria a Estambul. Estrictamente fue un desvío, pero valió mucho la pena, como podrán ver a través de las fotos aquí abajo:
La mezquita Selimiye con su impresionante domo y
sus minaretes de 70 metros, los más altos de Turquía
Fieles al interior de la mezquita
Bajo el domo central
Arte en la mezquita Selimiye
Increíbles diseños geométricos en la cúpula central
De Bulgaria a Turquía
Adiós Bulgaria, adiós Unión Europea!
Nunca he entendido cuál es la función de estos letreros
Bueno, voy a dar unos pasos hacia atrás, antes de volver a hablar sobre Edirne. Primero, mi llegada. Ingresar a Turquía no fue fácil. De hecho, entre mi salida de Bulgaria y mi entrada formal y legal a Turquía, pasó 1 hora y 20 minutos. La razón es muy sencilla: los mexicanos tenemos acceso a un procedimiento para la visa-on-arrival que es totalmente desconocido para las autoridades migratorias turcas, pese a que está publicado en el sitio web del ministerio turco de relaciones exteriores.
3 km para Turquía
La cosa va así: los ciudadanos de la mayoría de los países necesitan visa para Turquía. Existen dos tipos de países: los que pueden obtener sus visas al llegar al país (visa-on-arrival) y los que no. Generalmente, los países más prósperos y estables caen en el primer grupo, y los demás en el segundo. Bueno, pues fíjense ustedes que México estaba hasta hace dos anios en este segundo grupo. Es decir, para visitar Turquía tenías que solicitar tu visa en una embajada o consulado. Pero desde el verano de 2010 decidieron que los mexicanos que contasen con una visa válida para EUA, Canadá, Japón o la zona Schengen -de turista o de residencia- podrían solicitar su visa-on-arrival al llegar a Turquía, pagando 15 Euros por ella. Ningún otro país en el mundo tiene este trato. Es posible que muchos mexicanos no sepan que pueden usar este método. Quizá muchos sigan optando por solicitar su visa en la embajada en México, no lo sé.
Con este contexto en mente, imaginen la siguiente historia: llega un ciclista mexicano a un cruce fronterizo entre Bulgaria y Turquía. Salgo de Bulgaria sin complicaciones, pero al pasar por la primera caseta de revisión de Turquía (hay varias) comienzan los problemas. El oficial me dice que tengo que pasar al edificio de la policía, que está a un costado. Estaciono mi bicicleta y entro. Hay muchas puertas, pero ninguna recepción, nadie para indicarme por dónde debo ir. En una oficina hay dos mujeres conversando, les hablo en inglés, les explico mi situación. Me piden mis pasaportes (el vigente, y el cancelado, en el que tengo mi visa para EUA) y comienzan a hojearlos con curiosidad. Caigo en la cuenta de que ellas no me van a ayudar, simplemente están interesadas porque soy un ser exótico. Eventualmente me muestran el camino a una oficina grande, vacía excepto por un señor en un rincón, mirando una computadora. Digo "merhaba" (hola), y le explico mi situación en inglés. No dice nada, pero toma mis pasaportes y los examina cuidadosamente. Comienza a teclear algo, mueve el mouse, mira la pantalla, y repite el proceso una y otra vez por diez minutos. Le pregunto si hay algún problema, pero no me responde. Me doy cuenta de que el tipo no habla una palabra de inglés y no tiene idea de qué hacer conmigo. Luego toma el teléfono y realiza tres llamadas telefónicas. No entiendo nada de lo que dice. Ya llevo media hora ahí sentado.
Poco después entra al cuarto otro oficial, más joven. Este sí habla inglés. Me explica que para obtener mi visa-on-arrival necesito una visa para EUA, Canadá, Japón o Schengen. Yo, molesto, le digo que eso lo entiendo, y que por eso, desde hace media hora, les mostré mi visa de EUA en mi pasaporte viejo. Es decir, no hemos progresado nada, por la ignorancia o incompetencia de los oficiales turcos.
Pero la cosa se puso mejor. Este oficial joven comienza a discutir con el otro oficial. Sólo escucho palabras aquí y allá: "Meksika", "Schengen", "Japan". La discusión se intercala con llamadas telefónicas. Claramente están perdidos. El oficial joven se pone a revisar con detenimiento mis pasaportes. Y de pronto voltea a verme y dice: "Where are you from?" a lo que respondo -un poco irritado a estas alturas- "from Mexico!". Él ni se inmuta, y responde, visiblemente confundido "but, you are white?" como si existiera una contradicción entre mi apariencia y mi pasaporte. En ese momento de di cuenta de lo absurdo de la situación, yo quería que me vendieran una maldita visa conforme a sus propias leyes, y ellos seguían dudando mi nacionalidad... pese a contar con mi pasaporte!
Bueno, para no hacer el cuento largo, después de esa conversación finalmente decidieron que sí, sí era elegible para una visa-on-arrival. Me transfirieron a otro oficial, quien me llevo a oootro edificio del otro lado del complejo migratorio, y ahí esperamos 10 minutos a que llegara el responsable de la tesorería. Pagué 15 Euros, me pusieron una estampa en el pasaporte (la visa) y ya! Una hora y 20 minutos después, estaba finalmente en territorio turco.
Edirne
Dos horas después del calvario de la frontera, llegué a Edirne, ciudad turca que en el siglo precedente a la caída de Bizancio (1453) fue la capital del imperio otomano. No quedan muchos edificios de aquella época, pero está la mezquita Selimiye de la que ya hablé, y un par de otras mezquitas de esa época (no tan impresionantes). Edirne tiene 130 mil habitantes y no recibe muchos turistas, pese a estar a 2 horas 40 minutos de Estambul. Casi nadie habla inglés.
Lo que más me gustó de Edirne fue la posibilidad de ver la vida cotidiana en una ciudad turca, la primera que visito en este viaje. Edirne no se parece en nada a las ciudades búlgaras de tamaño comparable que visité (Pleven, Veliko Tarnovo). Hay mucho más bullicio, más actividad comercial que se desparrama a las banquetas y calles, más color, más vida. Los turcos son un pueblo acostumbrado al comercio, y a emprender pequeños negocios. Quizá los búlgaros y demás pueblos de Europa del este también lo eran, pero el comunismo destruyó esa tradición (como muchas otras). En cualquier caso, el ambiente de Edirne no tiene nada que ver con el de las ciudades búlgaras, y ello puede deberse a una combinación de aspectos culturales, arquitectónicos y sociales que aún no entiendo a cabalidad pero que espero poder investigar en las próximas semanas.
Calle comercial en el centro de Edirne
También estuve observando a la gente. Étnicamente Turquía es un país diverso, hay turcos rubios y de ojos azules, otros con cabello negro y tez blanca, y otros con piel morena. Han pasado tantas civilizaciones y tantos pueblos por esta región, que la mezcla genética debe ser prodigiosa. Pero, más que los rasgos físicos, me llamó la atención del velo islámico (hiyab) y el hecho de que ciertas mujeres lo utilizan -probablemente menos de la mitad, pero de todas las edades. En la República de Turquía, el rol del Islam siempre ha sido un tema difícil, aunque la inmensa mayoría de la población es nominalmente musulmana el Estado es laico e incluso está prohibido usar el velo de cuerpo completo en oficinas gubernamentales, escuelas y universidades. Pero el velo que únicamente cubre el cabello y el cuello es común. Me gustaría aprender sobre los factores que motivan a las mujeres a usar o no usar la hiyab, que en otros países musulmanes es utilizada por prácticamente toda la población femenina.
Algunas chicas usan el velo islámico...
Y otras no
Estoy a tres días (200 km) de Estambul, que es mi destino final para este fin de año. Así que pronto estaré escribiendo desde esa gran metrópolis, la única ciudad que une dos continentes. No puedo creer que ya llevo más de 8 mil kilómetros, y que ya se acabó Europa! Durante el invierno escribiré en retrospectiva sobre lo que ha sido pedalear a través de Europa durante cinco meses. No se lo pierdan por aquí!
Mañana abandono Bulgaria, y con ello la Unión Europea y Europa como la conocemos, para ingresar a Turquía. Podría argumentarse que Turquía, o al menos esa parte de Turquía, aún es Europa pero en este momento mi imaginación dicta otra idea: mañana, al cruzar de Bulgaria a Turquía, dejaré atrás esa comunidad mayoritariamente cristiana y liberal (aunque plural y diversa) que es Europa, y entraré de lleno al vasto mundo islámico. Vislumbro a Turquía como una de las puertas más amables del mundo islámico: es una nación secular, democrática y relativamente liberal en temas sociales, que sirve de puente entre Europa, Asia Central y el Medio Oriente. En los siguientes días iré descubriendo qué tan errado o acertado estaba en estas percepciones, y lo compartiré en este espacio.
En amarillo, lo que falta. En azul y verde, lo que ya fue. Estambul, a 4 días ciclistas de distancia.
Mi último día en Bulgaria fue uno de contrastes espectaculares. Inicié el día pedaleando en una niebla como jamás había visto, tan densa que le daba un aspecto fantasmagórico a todos los árboles y edificios. De hecho, al salir de la ciudad de Nova Zagora (donde pasé la noche) no podía dejar de pensar en esas películas de terror (o videojuegos) donde el protagonista llega a una ciudad súbitamente abandonada, y eventualmente descubre que los habitantes siguen ahí pero ahora son zombies, o algo así... (recuerdan la saga de Silent Hill o de Resident Evil?). Aunque me preocupaba el tema de la visibilidad (que los otros vehículos me vieran), decidí que de cualquier modo iba a estar en carreteras poco transitadas, y que cuando escuchara un vehículo venir en mi dirección me "orillaría a la orilla" lo más posible. Ah, y claro -prendí mi luz roja, en modo de parpadeo para mayor visibilidad. Con estas precauciones emprendí mi camino hacia Elhovo, mi último destino en Bulgaria antes de cruzar a Turquía.
Así de pesada estaba la niebla esta mañana. La visibilidad
era inferior a 150 metros, aunque fue mejorando.
Para añadir al ambiente fantasmagórico y semi-apocalíptico, en mi recorrido por varios pueblos observé ruinas de instalaciones industriales o inclusive de residencias. Estas estructuras suelen ser vestigios de la extinta economía socialista de los países de Europa del este. El colapso de las economías centralmente planificadas de esta parte del mundo, en 1989-1991 (tras la caída del Muro de Berlín) fue muy violento, decenas de miles de empresas estatales de pronto quedaron abandonadas, y por lo mismo muchísimos nuevos desempleados migraron a otras ciudades. Por eso hasta la fecha hay tantos edificios en ruinas que alguna vez fueron fábricas, almacenes o apartamentos. Son un recordatorio de la dolorosa transición del socialismo al capitalismo que experimentó Bulgaria y otros países de la región.
¿Qué era esta estructura hace 25 años?
Vestigios de una economía extinta
Pero, luego del mediodía, el estado del tiempo mejoró súbitamente: la niebla desapareció, y en su lugar apareció el cielo azul -como no veía en varias semanas- y el sol cálido. La temperatura, que en la mañana había rondado los 0 grados centígrados, ahora se acercaba a los 10 grados. Tuve que quitarme el gorro y la segunda chamarra. Pude disfrutar los bellos paisajes de montañas rojas y campos verdes.
Paisaje del sureste de Bulgaria
Campos verdes y árboles listos para el invierno, sin hojas
He recorrido Bulgaria más rápido de lo que esperaba. Requerí 7 días para pedalear de Negotin, Serbia, hasta Elhovo, Bulgaria (casi en la frontera con Turquía). Paré en Vidin, Lom, Byala Slatina, Pleven, Veliko Tarnovo, Nova Zagora y Elhovo -dos noches en Vidin y Veliko Tarnovo, una en los demás lugares. Creo que el clima fue el factor determinante para que cruzara Bulgaria lo más rápido posible: no era divertido llegar a mi destino a las 3 pm, buscar un hotel, bañarme y luego descubrir que afuera ya estaba oscuro y que hacía mucho frío. Se me quitaban las ganas de salir, aunque tenía que hacerlo, para comer. En el verano, al llegar a un destino aún tenía muchas horas de luz por delante. Podía salir a explorar las ciudades, inclusive vestido con sólo una playera y shorts. Pero ahora las cosas son más complicadas, los elementos naturales me obligan a pasar mucho tiempo en mis habitaciones de hotel. El invierno no es la mejor época para viajar en bicicleta ni en Bulgaria ni en ningún otro país en latitudes templadas.
Auto-retrato en mi habitación de hotel en Nova Zagora.
Mañana me espera Turquía, me espera otra cultura, otro idioma, otra realidad emocionante y exótica. El Islam, con sus mezquitas y minaretes, sus llamados a rezar y sus mujeres con el cabello cubierto, seguramente será uno de los protagonistas de esta nueva etapa del viaje que muy pronto se verá interrumpida por la llegada del invierno, tras mi arribo a Estambul. Pero esto no se acaba aún! Vendrán más crónicas, fotos y videos, y sobre todo las reflexiones de mis más de 5 meses de viajar en bicicleta por Europa.
Inicio este post con una curiosidad cultural que he vivido en carne propia en estos últimos días: para decir sí, los búlgaros giran la cabeza de un lado al otro. Y para decir no, mueven la cabeza de arriba a abajo. Es decir, al revés de nosotros (y de la mayor parte del mundo). Pero las cosas son aún más complicadas. Como muchos búlgaros saben que en el resto del mundo la convención para el sí/no es al revés, es posible que al hablar contigo inviertan el movimiento de la cabeza. Puede ser muy confuso! Por eso, la clave es no prestar atención al movimiento de la cabeza, sólo escucha si están diciendo "Da" (Sí) o "Ne" (No). Aquí les dejo un brevísimo video con una demonstración de lo que estoy diciendo:
Hacia el fin de Europa
A una semana de haber llegado a Bulgaria, ya he completado más de la mitad del camino en este país y me encuentro a tan sólo tres días ciclista de la frontera turca y a siete de Estambul, la gran ciudad turca y excapital de los imperios otomano y bizantino. Ya he recorrido la mayor parte de Bulgaria, desde el extremo noroeste (Vidin) hasta el centro del país (Veliko Tarnovo). El clima no ha sido el mejor en los últimos días (o semanas); no recuerdo cuándo fue la última vez que vi el sol, y me he tenido que acostumbrar a pedalear a temperaturas de entre 5 y 10 grados centígrados, con un viento muy molesto (aunque ligero) en contra, y una niebla que persiste día tras día.
En ocasiones me he encontrado con obstáculos como este:
una carretera que parece cerrada pero que en realidad no lo
está. Sigue en obra, pero los autos la utilizan, porque no hay
alternativas. Más adelante tuve que empujar la bici en un
tramo de terracería...
Clima gris en ciudades grises al más puro estilo comunista.
En la foto Pleven, en el centro-norte de Bulgaria. Los
comunistas eran repelentes al color y al buen diseño.
Los usos de los husos horarios
Hasta ayer, mis días ciclistas habían sido muy cortos porque estaba atardeciendo a las 3 y media de la tarde. Y, por más que trataba, no podía iniciar mis días antes de las 9 o 10 de la mañana. De modo que tenía que conformarme con trayectos de entre 60 y 80 km diarios, terminando siempre a las 3 pm para encontrar un hotel antes del anochecer. Pero ayer sucedió algo que cambió drásticamente esta situación. Digamos que anteayer, antes de dormir, pedí a la recepcionista del hotel en Pleven que me despertara a las 7 AM al día siguiente, porque tenía un día muy largo (118 km) por delante, hasta Veliko Tarnovo y era importantísimo empezar la pedaleada temprano. Bueno, me fui a dormir tranquilo. A las 6 AM suena el teléfono, era el wake up service. "Gracias" le digo, y cuelgo. Pero no entendía: por qué diablos me habían despertado una hora antes de lo solicitado? Prendí la computadora y chequé en qué uso horario estaba Bulgaria y... caí en cuenta de que era yo quien había estado operando en un huso horario atrasado! Durante 6 días, viví preocupado por los tempranísimos atardeceres que iniciaban a las 3 PM. Ahora todo tenía sentido: al adelantar el reloj una hora, como correspondía, los atardeceres iniciarían a eso de las 4 PM, lo cual es más lógico en esta parte del mundo.
Lo anterior me lleva a la pregunta: ¿cuánto tiempo más hubiera tardado en darme cuenta de que mi reloj estaba 1 hora atrasado, si no hubiese requerido servicio de despertador? Este episodio me hizo ver que mis días y noches giran en torno a eso, la rotación de la Tierra, y son indiferentes a las convenciones de husos horarios. No necesito tomar trenes ni autobuses, no necesito llegar a citas ni me suelo quedar de ver con gente. Lo que me importa es saber a qué hora amanece y a qué hora oscurece. Iba a agregar que con esto puedo considerarme "libre del yugo del reloj" pero no, no es cierto. El reloj es esencial, justamente, para evitar que me agarre la noche en la mitad de la carretera.
Veliko Tarnovo
Me da mucho gusto el haber visitado finalmente Veliko Tarnovo (Велико Тырново). La vez pasada que vine a Bulgaria me quedé con ganas de venir a esta ciudad, una de las más bellas y turísticas de Bulgaria. Esta ciudad fue capital del 2o Imperio Búlgaro (1186-1394) y tiene una impresionante fortaleza en la cima de una colina. Bueno, toda la ciudad está construida sobre una serie de colinas, lo cual le da un aire muy escénico y pintoresco. La ciudad es agradable y me dicen que en verano se llena de turistas. Yo no he visto tantos, aunque sí he encontrado algunos leteros en inglés, lo cual es raro en esta parte de Europa. A continuación algunas fotos de esta ciudad:
La fortaleza real en Veliko Tarnovo
Lista de patriarcas de la iglesia ortodoxa búlgara durante el
Segundo Imperio (1186-1394)
Uno de los primeros letreros en inglés que veo en Bulgaria! VT es una de las ciudades más turísticas del país
Casas típicas búlgaras
Las afueras de Veliko Tarnovo
Viendo hacia el norte desde la fortaleza de Veliko Tarnovo
Edificios en el centro de Veliko Tarnovo
La ciudad está construida sobre colinas
Vista desde el Hostel Mostel
Conquistando la cordillera balcánica
Mañana tendré que superar el reto más importante de esta recta final del año: cruzar la cordillera balcánica, conocida en Bulgaria como Stara Planina (Стара планина: "vieja montaña"). Esta cordillera prácticamente divide al país en dos mitades, sur y norte, y no hay forma de evitarla. Voy a cruzarla usando la carretera E55, que te conduce al paso de montaña más bajo (paso de montaña es la cima de la carretera), a 700 metros sobre el nivel del mar (s.n.m). Quizá 700 metros no parezca mucho para mis lectores mexicanos (muchas de las ciudades más grandes del país, incluido el Valle de México, están ubicadas a múltiplos de esa altitud) pero hay que considerar un par de factores:
(a) Que voy a iniciar el día a unos 200 metros s.n.m., y el ascenso no será lineal sino que habrá subidas y bajas, con tendencia ascendente, durante 40 o 45 km.
(b) Que ya es fines de noviembre, y de por sí hacen temperaturas de entre 5 y 10 grados centígrados durante el día, en zonas bajas. A 700 metros seguramente hará bastante más frío, y probablemente bastante viento (helado).
Mapa topográfico de la cordillera balcánica (indicada en amarillo). Mañana la cruzaré de norte a sur, de Veliko Tarnovo a Nova Zagora.
A continuación el mapa de mi recorrido. En azul y verde, los lugares donde ya estuve. En amarillo, mis próximos destinos, hasta Estambul:
Luego de cruzar esta cordillera estaré otros dos días en Bulgaria antes de llegar a la frontera turca. Será emocionante entrar, ahora sí, al país que sirve de puente (geográfico y cultural) entre Europa y el Medio Oriente, Asia Central y el mundo islámico en general. Falta poco!