4 dic 2012

Contratiempos en Tracia

Subaşı, Turquía. 3 de diciembre de 2012.


Estoy a tan sólo 60 km de Estambul, en esa metapenínsula balcánica llamada Tracia. Tres horas a velocidad normal, aunque siendo honesto creo que mañana rodaré a una velocidad mucho más baja. Estambul es un monstruo de ciudad, con una población -contando los suburbios- de 13.5 millones de habitantes. Mañana podría ser el día más difícil de todo el viaje. Imaginen que un ciclista sueco, que lleva apenas una semana en el país y no habla español, llega a Teotihuacán y al día siguiente sale a pedalear con la intención de llegar a Tlalpan, en la Ciudad de México... Creo que más o menos eso es lo que me espera. Pero no tengo duda de que, de algún modo u otro, y tarde lo que me tarde (caray, tendré todo el día) llegaré eventualmente a mi destino, el hostal Old City Esma en Sultanahmet (el barrio más antiguo de Estambul, donde está la Aya Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna Romana y otros monumentos impresionantes).


Un letrero que pasé hoy en la carretera D020, la vía más tranquila
y segura para llegar a Estambul desde Europa (en vez de la
peligrosa y muy transitada D100)


Bueno, antes de seguir hablando de Estambul (ya llegará el tiempo de eso) quiero echarme tres pasos para atrás y hablar de lo que han sido los últimos días, que han sido entretenidos e inusuales aunque poco productivos en términos ciclistas. Escribí mi post anterior desde Kirklareli, y luego anduve a Pinarhisar, Saray y de ahí a Subasi, donde me encuentro actualmente. Apenas 140 kilómetros en 4 días. Parece un desperdicio de tiempo, y de hecho lo sería, si mi único criterio fuera llegar a Estambul lo más rápido posible. Pero no es así. Mi motivación principal, en Turquía, es justamente explorar Turquía, entender Turquía, conocer a su gente, y en general disfrutar mi experiencia en complejo país que día con día ha retado algunos de los estereotipos y prejuicios con los que yo llegué (bueno, más que retarlos los va destruyendo... pero ya llegaré a eso).

Cuando llegué a Turquía el mal clima (niebla, frío, algo de lluvia) que me había perseguido en Bulgaria (y afectado irreversiblemente mi experiencia en ese país) desapareció. Tuve sol y cielos azules tanto a mi llegada a Edirne como en mi trayecto hacia Kirklareli. De hecho, gracias al súbito e inesperado ascenso de temperatura, por primera vez en muchas semanas pude guardar mi chamarra y quedarme sólo en mi jersey. Había un viento muy fuerte del sur, que no me afectaba mucho dado que yo iba hacia el este (es molesto un viento transversal, pero no tanto como uno frontal). Aqui pueden ver escenas de ese trayecto Edirne-Kirklareli (65 km):




Pero el aire caliente, al mezclarse con las masas de aire frío, generó lluvia. Y en cantidades industriales. Al día siguiente, en Kirklareli, caía un aguacero. Empaqué y monté mi bicicleta pensando de forma optimista: la lluvia no puede durar todo el día, me dije. Y de hecho, así fue. La lluvia me acompañó durante media hora, luego desapareció... Y luego volvió, esta vez para quedarse. Mientras estaba comprando galletas y un refresco en una tiendita en el pueblo de Pinarhisar, la lluvia arreció. Seguí pedaleando, pero la lluvia, combinada con el viento (que ahora soplaba desde el sureste, es decir justo en mi contra) me dificultaban las cosas de forma increíble. Las gotas de lluvia eran aventadas por el viento contra mi cara con tanta fuerza que dolía, era como si cada segundo me estuvieran arrojando diez piedritas del tamaño de una canica. Y claro, me estaba empapando. Ya en las afueras de Pinarhisar mi mente le daba vueltas a la posibilidad de cancelar el trayecto y buscar alojamiento donde fuera. No podía seguir en esas condiciones tan desagradables. Fue entonces que vislumbré un motel al lado de una gasolinera. Era una ubicación improbable, así que lo tomé como una señal divina. Era también un restorán, lo cual me alegró: estaba lejos del centro del pueblo, y no quería volver a salir en el resto del día (en la lluvia y oscuridad). Así que, tras haber recorrido sólo 30 km, di por concluido mi día ciclista y me apresuré a hacer el check-in y llevar mis alforjas a mi cuarto.


Ventana de mi cuarto en el motel en Pinarhisar


Pasé el resto del día leyendo y surfeando la web. Estos días estoy leyendo compulsivamente Bill Bryson, no hay otro autor que logre hacerme reír a carcajadas en público. Ya leí Notes from a Small Island, I'm a Stranger Here Myself y actualmente estoy leyendo A Short History of Nearly Everything y Neither Here nor There. Bill Bryson tiene una prosa magnífica y un sentido del humor aún mejor. De hecho, no sé cómo viví todos estos años sin descubrirlo (mi exjefe me introdujo a Bryson justo antes de emprender este viaje). Si no les da pena explotar de la risa en un Starbucks o en algún otro lugar público mientras leen, les recomiendo muchísimo a Bill Bryson (como dato cultural, Bryson es actualmente el autor de libros de no-ficción [nonfiction] más vendido en Gran Bretaña).


Pero vuelvo a la historia. Esa tarde no dejó de llover en Pinarhisar. La verdad, eso es lo que yo quería, para sentirme validado en mi decisión de cancelar el recorrido (si a los 10 minutos de ocupar mi habitación el cielo se hubiera despejado, me hubiera dado de topes contra la pared). La lluvia continuó en la noche. Pero la mañana siguiente ya no llovía, aunque el cielo estaba plagado de nubes de apariencia hostil. Tras desayunar e impresionar a los empleados del hotel con las tres palabras en turco que había aprendido la noche anterior (hola, gracias y adiós: merhaba, teshekkur ederim y elveda) emprendí el camino a Estambul. Salí de Pinarhisar, subí una colina, crucé un valle, y empezó a chispear. El viento, siempre el viento, me empujaba transversalmente unas veces y otras simplemente me golpeaba en la cara. Apenas llevaba 30 km pero las cosas, otra vez, pintaban mal. La lluvia aumentó en intensidad. Me faltaban 7 km para Saray, donde sabía que había un hotel. Para cuando llegué a las afueras de Saray, la lluvia ya era un aguacero y yo ya había decidido que no iría más lejos. Me dirigí al hotel, y me resigné a otro día de lluvia -otro día de leer, meditar y entetenerme con lo que encontrara a mi paso. Esta vez decidí que usaría mi tiempo para crear mi propio phrasebook de turco, usando Google Translate y materiales gratuitos que encontré en internet (por cierto, sabían que la BBC tiene mini-cursos de idiomas extranjeros bastante decentes?).


Lo esencial: saludar, agradecer , decir sí, no, por favor. Los números.
Preguntar cuánto cuesta algo. Pedir un cuarto, pedir un platillo.
Con eso basta para sobrevivir. Ah, y la pronunciación!

Hoy en día la mayoría de los backpackers pueden darse el lujo de no aprender ni una palabra de los idiomas de los países que visitan, porque la industria turística global se desarrolla siempre en torno a las necesidades de los turistas (es decir, al inglés). Pero fuera de los centros turísticos, en esta parte del mundo es esencial saber al menos algunas palabras en el idioma local. Si en los Balcanes poca gente hablaba inglés, aquí en Turquía menos. Y el turco, vaya que es un idioma difícil! Ya escribiré de eso más adelante, pero aquí sólo quiero decir que es mucho más fácil el búlgaro (con todo y su alfabeto cirílico) que el turco (que se escribe en el alfabeto romano... es decir, éste). El retorno a la inversión de tiempo y esfuerzo para aprender idiomas, cuando uno realiza viajes como el mío, es altísimo. (Y aunque les estoy diciendo todo esto, yo sigo sin saber qué diablos pedir en los restoranes aparte de köfte, que es lo que he comido cinco días seguidos).

En fin, volvemos a la historia: estoy en Saray, es otro día de lluvia ("día perdido" podríamos decir). El día se fue con rapidez, entre que leía a Bryson, y aprendía algo de turco me dio la hora de cenar, y ya no llovía. La mañana siguiente desperté un poco más tarde de lo planeado, me bañé y comencé a empacar. Justo cuando creí que ya tenía todo listo para partir, me di cuenta de que aún había demasiado espacio en una de las alforjas traseras (las grandotas). Tanto espacio sobraba, que era obvio que me había faltado empacar algo. Pasé lista rápidamente a mis bultos y entonces pude identificar al ausente: la bolsa con la ropa sucia. Carajo, dónde estaba?! Busqué en todos lados. Me cayó el veinte: había dejado la ropa sucia en el hotel anterior, 44 km atrás! Evalué el valor de la bolsa y sus contenidos: no, no podía darla por perdida. Y así comprendí que sería otro día perdido, que tendría que quedarme ahí mismo otra noche, y que tenía que volver a Saray. Por una bolsa con ropa sucia, en la cual había ropa ciclista que es cara. Y lo que me daba más coraje es que era un día precioso para pedalear, pero no podría hacerlo. Bueno, podía ir de vuelta a Pinarhisar en bici pero, francamente, la idea de recorrer el mismo camino otras dos veces en bicicleta no me hacía feliz. No, tomaría el autobús. Una nueva experiencia en Turquía.


Volver a Pinarhisar fue fácil. De la estación de autobuses (otogar) tomé un bus a Vize, un pueblo intermedio. Uno de los empleados de la línea, quien iba a bordo, hablaba inglés. Era estudiante. Cuando le dije que era de México, se negó a venderme un boleto! Era su invitado, me dijo. Me he encontrado varios gestos de este tipo en Turquía -gente que te ofrece una taza de té, una galleta, o que simplemente te trata con deferencia porque eres extranjero. Y cuando me dicen, "y por qué viniste aquí?" les digo "porque Turquía es un país hermoso" y con eso basta para ganarme su amistad. Sí, los turcos son amistosos, y muy patrióticos. 

Próspero pueblito en una colina, cerca de Subasi
Antes de emprender mi expedición para rescatar mi bolsa de ropa sucia, escribí una nota explicativa en turco tanto para el gerente de mi hotel en Saray como para la gente del hotel en Pinarhisar (donde había olvidado la ropa). Google Translate al parecer hizo un buen trabajo, porque la gente del hotel entendió bien mi problema y me llevaron a mi exhabitación. Y ahí, hasta abajo en el armario, estaba mi bolsa! El cuarto estaba limpio y listo para recibir nuevos huéspedes pero claramente nadie había notado mi bolsa de ropa. Entonces recordé por qué la había puesto ahí: "será imposible olvidarla", había razonado, "porque es un bulto demasiado grande... no hay modo de olvidar algo tan grande". Sobra decir que esta lógica resultó ser muy mala! Nada es inolvidable (en el sentido de físicamente olvidar algo) en esta vida y en este viaje.

Bosques y campos de Tracia, en un día hermoso
Y así llegamos a este día, el penúltimo de mi recorrido hacia Estambul. Luego de la pifia de la bolsa de ropa, hoy en la mañana sí logré salir de Pinarhisar rumbo a Subasi, un pueblo a sólo 60 km de Estambul. Las condiciones fueron perfectas: sol, cielo azul, viento neutral y a veces a favor, poco tráfico. La carretera es excelente y suficientemente ancha como para evitar ponerme nervioso cuando pasan camiones.

El personaje del día

De Pinarhisar a Subasi fueron 62 km. El highlight del trayecto fue encontrarme a un pobre ciclista noruego, de nombre Casper, con una llanta rota y la bicicleta boca abajo, a la mitad del camino. Casper salió de algún  lugar de Noruega con la intención de llegar a Estambul. Y, considerando los medios de los que dispone, es increíble que haya llegado tan lejos. Su bicicleta es una bici de montaña común y corriente, con las llantas más baratas del mercado. Sus ropas son más bien harapos, todas rotas, sucias. Casper es realmente un vagadundo que vive, literalmente, en la calle. Me dijo que estaba acampando a lo salvaje todas las noches, y que su última noche bajo techo (y presumiblemente su último baño) había sido en Belgrado. Eso explicaba el mal olor que emanaba de su persona.

Admiro la tenacidad de gente como Casper, que demuestra que se puede viajar por el mundo en bicicleta con medios muy modestos. Provisto de su tienda de acampar y su estufa de camping, Casper seguramente estaba gastando en una semana lo que yo gasto en un día. Pero su estilo de viaje no es atractivo para todos. Yo, por ejemplo, no querría estar varios días sin bañarme, acampando cada noche a la orilla de la carretera, sin hablar con nadie, sin poder entrar a un café o restorán durante el día, sin poder refugiarme del frío y del viento. Gente como Casper son los hardcore del mundo del tour cycling. La categoría en la que yo me ubico es la denominada mid-range: no nos importa salir a pedalear durante horas y enfrentar los elementos, y ensuciarnos en el camino. Pero también queremos higiene, comfort, y estar rodeados de gente.

El problema que tenía Casper es el mismo que yo tuve en Escocia al empezar este viaje: una llanta que se abre en el borde, creando una hernia en la cámara y provocando que ésta explote. La solución es reemplazar la llanta. Ni Casper ni yo teníamos una. Al no poder ayudar, le desée suerte a Casper y me fui. A 70 km de Estambul, lo peor que le pudo haber pasado es tener que pedir un ride con una camioneta. Quizá lo rescató una familia turca como a mí me rescataron Sue y Albert en las montañas de Escocia hace unos meses.

Otro tipo de hotel

Después de despedirme de Casper, tardé otra media hora en llegar a Subasi, mi destino del día. Almorcé en un restorán y luego me dirigí al Hotel Kleopatra, el único disponible, de cuya existencia me había informado Rob (el ciclista inglés que conocí en Belgrado). No lo sabía yo, pero lo mejor del día aún estaba por venir.

De entrada, me llamó la atención el contraste entre el tamaño del hotel y el deterioro de las instalaciones. ¿Quién construiría un hotel tan grande en la mitad de la nada? Subasi ni siquiera tiene calles, apenas es un pueblito en el cruce de tres carreteras. El hotel tenía unas 30 o 40 habitaciones, y por supuesto que tenían una libre para mí. No vi ningún otro huésped al llegar. Después de bañarme puse la televisión, y mientras buscaba canales en inglés comencé a escuchar ruidos del cuarto de junto que indicaban que estaba ocurriendo ahí un intenso encuentro romántico. Sin ganas de escuchar ese soundtrack, tomé mi limitadísima netbook y me dirigí al lobby, que era de cualquier modo el único lugar donde servía el wi-fi. A la media hora se fue la luz en todo el hotel, y volví a mi cuarto con muchísima dificultad, en total oscuridad, chocando con paredes un par de veces.  Unos minutos después la electricidad volvió, y de nuevo bajé al lobby. Pero al caminar por el pasillo noté que ahora las puertas de varias habitaciones estaban abiertas, y no había nadie en ellas. Mmhh. ¿Quién hace check-out a las 6 de la tarde? Comencé a atar cabos: estaba en un hotel de paso, o un love motel. Minutos más tarde lo confirmé, cuando vi llegar a una pareja al lobby. Sin equipaje, excepto por la bolsa de mano de ella. Claramente, ellos no estaban ahí de viaje. Más tarde, cuando volví al cuarto, vi que la distribución de puertas abiertas y cerradas había cambiado. En este viaje me he hospedado en todo tipo de hoteles, y he visto algunos decididamente épicos (particularmente en Serbia y Bulgaria) pero jamás me había tocado uno cuya clientela principal fueran personas que van ahí para dormir.

Pero faltaba la puntada del día. Cuando quise ir al restorán a cenar, a eso de las 7, el encargado me puso una cara de que algo no estaba bien. Le pregunté si había problema, tras lo cual me hizo gestos para que lo siguiera al interior de la cocina. Se me hizo raro, pero asumí que me mostraría una limitada selección de platillos disponibles -ya cocinados- para que yo eligiera directamente. Pero no. Lo que me mostró, fue una sección totalmente carbonizada de la cocina. Todo estaba quemado, claramente había habido una explosión. El techo se había derretido y roto. Pues, por eso no había servicio de restorán. Afortunadamente, el cocinero responsable de la explosión (quien estaba en el proceso de cocinar papas a la francesa!) no había sufrido quemaduras graves. O eso espero. Sólo sé que no fue a dar al hospital. También entendí que por eso se había ido la luz unas horas atrás.


Mi habitación en el infame Hotel Kleopatra

Tuve que salir a cenar al pueblo. Para llegar a él, había que caminar unos 500 metros sobre la carretera, que estaba totalmente oscura. A ambos lados de ella habían perros, organizados en pequeñas bandas, que estaban ahí con la inequívoca intención de intimidar a la gente y reafirmar su primacía territorial. En varias partes de Turquía he visto esta escena. Sin otra cosa qué hacer, los perros le juegan a los mafiosos de la colonia, y les encanta perseguir y espantar a automovilistas y ciclistas. Por suerte, en ese momento no estaba yo en una bicicleta, y creo que con los peatones son más relajados. 

En el pueblo había varios salones de té pero sólo un mini-restorán. Entré, miré el menú, no entendí nada y me fui. Luego volví, porque realmente era el único sitio que vendía comida (aparte de las tiendas de abarrotes). Comí un dürum mediocre y bebí un Ayran por 8 TL (4 Euros), lo cual me pareció exorbitante. Complementé mi cena con galletas que compré de regreso, y una Coca-Cola. En la tienda me preguntaron, por cuarta vez en el día, que de dónde era. Y por cuarta vez en el día, alzaron las cejas y no supieron qué decir cuando dije que de México.

De vuelta en el hotel, noté con frustración que el wi-fi ya no funcionaba, y que por lo tanto no podría publicar el post que están leyendo en este momento. Pero encendí mi Kindle y continué leyendo las aventuras europeas de Bill Bryson (Neither here nor there). Y así pude cerrar mi día riendo a carcajadas, en ese hotel de paso a la mitad de la nada, a tan sólo un día de Estambul y del fin de mi año ciclista.

Así me veía al llegar a Subasi. Noten el peinado, producto de traer
el casco puesto durante cuatro horas. Y el esbozo de sonrisa por
 haber llegado a mi destino y estar a tan sólo un día de Estambul.








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