Estoy seguro que, en unos años (o meses), miraré atrás y diré: en Escocia aprendí a viajar en bicicleta. No me refiero a andar en bicicleta, sino al arte de subir y bajar montañas, un día sí y el otro también, con veintitantos kilogramos de equipaje a cuestas; el arte de recorrer ochenta, noventa o más de cien kilómetros a través de parajes escabrosos, ocultos por la lluvia, el viento y la niebla. Desde el punto de vista físico y natural, Escocia ha sido -accidentalmente- un campo de entrenamiento idóneo. Las montañas de las Highlands me han obligado a emplearme al límite, pero la belleza de los paisajes ha sido una justa recompensa a mis esfuerzos. Hoy, que puedo escribir estas líneas desde la comodidad inalámbrica de un hostal en Edimburgo, habiendo dejado atrás las durezas de las montañas escocesas, puedo constatar que en estas tierras del norte de Gran Bretaña he aprendido varias lecciones que, sin duda, me servirán para el resto de mi travesía.
Como expliqué en mi post anterior, voy de regreso al sur. Cinco días de intenso pedalear me han puesto ya muy cerca de la frontera inglesa. En cinco días recorrí poco más de 520 kilómetros, desde la costa norte (el puerto de Scrabster, cerca de la ciudad de Thurso) hasta Edimburgo (pronunciado E-din-bo-RO en inglés), cruzando por Inverness, Fort William, Stirling y Falkirk. Mientras disfruto la convivencia internacional juvenil en el hostal Caledonian Backpackers por un par de días, miro los mapas y constato que, pedaleando hacia el este, estoy a tan sólo 90 kilómetros de Berwick-upon-Tweed, la más norteña de las ciudades inglesas. Ingresé a Escocia con poco menos de 1000 kilómetros en el odómetro, que ahora está registrando 2450. Han sido tres semanas y media de mucho esfuerzo, mucho sudor, pero también de gran satisfacción personal. Por eso, cuando abandone Escocia este domingo, miraré hacia atrás como quien ha superado una ardua prueba. En Escocia he tenido que pedalear en la lluvia y el frío, he tenido que luchar contra el viento, he tenido que subir y bajar montañas aterrorizantes. Pero también es un país con paisajes de película. No sé qué país europeo tenga los mejores paisajes, pero estoy seguro que Escocia debe estar luchando por los primeros lugares.
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Glen Coe, uno de los valles más bellos (y turísticos) de Escocia |
Por cierto, he comenzado a subir videos de este viaje a YouTube. Uno de ellos muestra
mi travesía por uno de los valles del parque nacional Loch Lomond and The Trossachs en el condado de Argyll & Bute, en Escocia.
Otro muestra mi llegada a John O Groats, el punto donde terminé mi recorrido sur-norte de toda Gran Bretaña (1700 km) hace un par de semanas. Finalmente, o
tro video muestra una marcha musical en la ciudad de Inverness, en el norte de Escocia (este último video no lo tomé desde la bicicleta, sino en condición de turista).
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El puerto de Scrabster, en el extremo norte de Escocia |
También he subido nuevas fotos a Flickr, algunas inéditas de las islas Orkney y otras de sitios en las Highlands escocesas por los que transité en estos últimos días.
Para verlas, hagan click aquí. Es el álbum titulado
The Scottish Highlands, Part II.
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En la cima de una colina, cerca de Loch Ness |
A partir del domingo estaré recorriendo la costa noreste de Inglaterra (Northumberland). Es una región plagada de castillos, monasterios y edificios medievales. Muchos de ellos fueron destruidos o dañados por las invasiones vikingas en los siglos IX-XII. Un lugar que desde hace tiempo tengo ganas de visitar es
la abadía de Lindisfarne, en la Isla Santa (Holy Island). Quizá los paisajes de esta región de Inglaterra no sean tan espectaculares como los de Escocia, pero la riqueza cultural de esta región más que compensará por ello. Estaré publicando fotos e información relevante en los siguientes días. Hasta pronto!
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Loch Taff, un pequeño lago cerca de Loch Ness |
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