Todos los días, excepto los viernes, voy de mi casa en Coyoacán a la oficina en Polanco y de regreso. Son 13.5 kilómetros de ida y 14 de regreso. Hago 45 minutos de ida y 50 de regreso. Cruzo apenas un cachito de la ciudad, en las delegaciones Coyoacán, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo. Paso por colonias como Parque San Andrés, Portales, Del Valle, Condesa, Juárez y Polanco. Un día decidí salir con mi cámara Go Pro para grabar todo el recorrido y mostrarles a los no ciclistas lo fácil que es subirse a la bici. Dividí el recorrido en 9 videos para no hacerlo tan tedioso. Abajo pongo tres, el resto los pueden ver aquí. Espero que les resulte interesante!
Hoy hace exactamente un año comenzó mi aventura en bicicleta por Europa. El 23 de junio de 2012 descendí del tren en Penzance, Inglaterra, junto con mi recién comprada Surly Long Haul Trucker, y comencé a pedalear. No sabía bien a lo que iba, y mi preparación era sólo teórica, nada práctica. Tenía la vaga ilusión de recorrer primero Gran Bretaña, luego Europa, y finalmente Asia. Pero, más que los destinos o las metas, me atraía la idea de la aventura en sí misma, la incertidumbre, la libertad absoluta. Despertar cada mañana y pedalear a donde se me diera la gana, hasta que yo quisiera. Dormir en cualquier sitio, comer lo que encontrara a mi paso, absorber los paisajes y toparme todo tipo de gente. Había renunciado a mi empleo y comprado un boleto sencillo a Europa. Me fui con pocas expectativas, y muchas ganas de dejarme llevar por el camino.
Mosquito Bikes, Islington, Londres. 23 de junio de 2012
Coyoacán, Ciudad de México. 23 de junio de 2013
Durante los siguientes 6 meses recorrí poco más de 8,500 kilómetros en la bicicleta y pasé por 14 países, hasta llegar a Turquía. Nunca llegaría a Asia: me quedé justamente en Estambul, esa gran ciudad partida por el Bósforo, que marca la frontera entre los dos continentes. En algún punto (con la llega del invierno, creo) la idea de llegar a Asia perdió su brillo, y en enero volví a casa satisfecho.
¿Cómo pedir un cuarto de hotel en Bulgaria? La comunicación fue uno de los retos cotidianos que enfrenté en el viaje.
Hoy, a un año de distancia, me cuesta un poco de trabajo creer que realmente ocurrió todo aquello. Como he escrito en este espacio, mi vida es de nuevo rutinaria, convencional, estable. Pertenezco de nuevo a una sociedad que es la mía, aunque no termine bien por entenderla: ya no soy el outsider itinerante, el extranjero, el ciclista exótico. Es verdad que sigo atado a mi bicicleta, que ahora es mi medio de transporte en la caótica Ciudad de México. Pero claramente la aventura se terminó. De vez en cuando miro con nostalgia las fotos de la expedición, y me ilusiona la idea de volver a la ruta algún día.
Autonomía: cuando todo lo que necesitas se mueve en dos ruedas.
Por otra parte, estoy consciente de que el viaje me cambió de varias formas. Las ilusiones, las expectativas y los sueños que me inspiraron a planear esa aventura, han evolucionado con el tiempo o han desaparecido. Durante el viaje aprendí a apreciar muchas cosas que antes no valoraba correctamente por tenerlas tan cerca. La perspectiva viene con la distancia. La apreciación de las amistades, de los lazos afectivos, viene con la soledad. Aunque sólo estuve fuera de casa 7 meses, el aprendizaje de vida fue enorme.
Hoy, mis planes y ambiciones han cambiado. Por supuesto haré otros viajes en bicicleta, aunque probablemente pensados no en torno a distancias o metas, sino centrados en experiencias sociales, culturales y naturales. Pero, en general, creo que obtuve lo que quería de mi viaje en bicicleta: una cierta perspectiva, una cierta calma para mirar al mundo y a la vida. El viaje me ayudó a reflexionar sobre lo que quiero hacer con mi vida. No encontré respuestas en las montañas de Escocia o en los bosques de Alemania, pero creo que al menos comencé a plantearme las preguntas correctas. El grado de introspección que fomenta una experiencia de esa naturaleza es excepcional.
La tranquilidad del bosque, a veinte kilómetros por hora. Algún lugar del noreste de Bavaria, Alemania.
La "desintoxicación" del viaje no ha concluido. Un viaje intenso, un viaje bien vivido, es uno del cual jamás regresamos por completo. En mi caso, la experiencia de recorrer Europa durante seis meses me ha provocado una cierta fascinación por muchas de las cosas que ví. Y esa fascinación me motiva a continuar aprendiendo sobre las culturas y países con los que estuve en contacto. No es tan difícil hoy en día: uno puede escuchar estaciones de radio y leer periódicos de cualquier país. A través de un Kindle, es posible comprar y leer libros sobre la historia de todos los imperios y regiones. Gracias al email y a Facebook, mantenernos en contacto con los amigos que hicimos en el viaje es tan fácil como teclear y hacer clic.
Incluso uno puede ir más allá, y volver a los sitios que lo cautivaron para vivir o estudiar ahí. En mi caso, uno de los legados de mi viaje fue mi renovado interés por estudiar un posgrado en Europa -y más concretamente, en Alemania. Lo mío son las políticas públicas y resulta que los alemanes tienen una excelente escuela de esta materia, en Berlín. Desde hace un mes y medio estoy en clases de alemán. La competencia por un lugar en el programa que me interesa será férrea, pero vale la pena hacer el intento. Hasta antes del viaje jamás no había considerado seriamente la posibilidad de hacer un posgrado en Alemania.
Estación central de trenes en Frankfurt-am-Main, Alemania
Algún día quiero redactar y ordenar mis memorias del viaje y publicarlas. Tengo recuerdos muy vívidos todavía, pero debo darme prisa para ponerlos en papel (o en caracteres digitales) antes de que comiencen a disiparse. La memoria está viva, la memoria siempre cambia, y es caprichosa. Pero esa tarea de redacción de memorias avanza lentamente, por mi crónica escasez de tiempo. Eventualmente, estoy seguro, tendré un manuscrito que quizá sea de interés para otras personas -o quizá no. Lo importante es que se convierta en un tesoro de mi aventura.
Por lo pronto hoy, a un año de que comencé a pedalear, puedo decir con convicción que la decisión que tomé al emprender esa aventura fue correcta. Pese a que gasté una proporción enorme de mis ahorros, no tengo duda de volví más rico de lo que me fui. Es cierto que uno nunca sabe a ciencia cierta cómo lo van moldeando las experiencias de vida. Sin embargo, lo que es evidente es que el mayor aprendizaje nos llega cuando salimos de nuestra zona de confort y aceptamos la incertidumbre y los riesgos del camino. Nuestra respuesta a los retos del camino es lo que va forjando nuestro carácter. Y cuando miramos hacia atrás y constatamos todo lo que hemos avanzado, resurge nuestra confianza para seguir adelante.
Tenía el blog medio abandonado desde que volví a México el 20 de enero, y estaba seguro de que lo encontraría todo abandonado, con telarañas y polvo. Sin embargo, me sorprendió notar que el blog está recibiendo mucho tráfico -paradójicamente, en promedio recibe más visitas al día ahora que cuando estaba de viaje! De hecho, en abril -mes en que no publiqué absolutamente nada- este blog recibió 3,445 visitas, un 13% más que en noviembre pasado (que fue el mes con más visitas durante todo el viaje). En otras palabras, estos días el blog recibe en promedio115 visitas al día, que no está nada mal para un sitio en el que no se mueve ni una mosca.
Por otra parte, es curioso que la mayoría de las visitas llegan al blog por dos entradas: número uno por mucho es, ¿Para qué países necesitamos visa los mexicanos? Es un post que escribí en noviembre de 2011, antes de realizar un viaje de cinco semanas por el sureste asiático. El otro post es sobre el ferrocarril transiberiano, que escribí en octubre de 2011. Pero francamente no tengo ni idea de qué hacen los internautas una vez que acaban de leer esos posts. ¿Se siguen con otros? ¿O simplemente abandonan el blog para siempre? Son preguntas que me intrigan, aunque no tanto como para analizar con detalle las estadísticas del blog.
La vida sigue
Desde que volví de mi expedición ciclista mi vida ha estado bastante movida. El trabajo es interesante y estimulante: me siento afortunado por tener un trabajo que me permite seguir aprendiendo cada día, tanto a través de mis propias lecturas y análisis como de mis colegas. Aparte del trabajo, disfruto de la convivencia con mis amigos y seres queridos. También tengo varios hobbies: jugar y estudiar ajedrez, continuar perfeccionando mi francés, aprender alemán (autodidacta hasta este momento, pero inicio clases la próxima semana), escribir las memorias de mi viaje, quizá con la intención de publicarlas algún día (llevo escrito el día 9, de 167!) y jugar fútbol rápido con los colegas del trabajo (ya no soy lo que era, o lo que nunca fui, pero aún me divierte). Y de vez en cuando me escribo con los amigos que hice en el viaje -a veces en español, inglés o francés, y otras veces usando Google Translate para redactar unas líneas cuasi-incomprensibles en turco o serbo-croata. Al mismo tiempo, estoy viendo (lentamente) qué hacer con mi vida en los años por venir: quiero estudiar un posgrado aunque no tengo aún muy claro en qué, ni en dónde.
Muchos aspectos de mi vida cotidiana hoy en día son similares a como eran antes de emprender el viaje en bici. Pero hay cambios notables. Por ejemplo, no me he bajado aún de la bicicleta: la misma Surly LHT en la que viajé 8,500 km en Europa. La uso todos los días (excepto los viernes) para ir al trabajo, un recorrido de 13.5 km en cada dirección. El odómetro, que no se puede resetear, ahora marca casi 9,500 km. El odómetro me recuerda cada día que el viaje sigue, aunque yo esté en casa y rodeado de personas de toda la vida. El viaje no se acaba mientras uno conserve el gusto por aprender, por conocer nueva gente, por explorar nuevas facetas de una cotidianedad que no deja de sorprendernos aún si siempre hemos convivido con ella.
¿Tengo en mente otros viajes? Por supuesto que sí. Me gustaría ir a sitios como Georgia, Armenia, Azerbaiyán e Irán. Quiero volver a Islandia. Quiero conocer Canadá. Y me atrae la idea de visitar Shangái, X'ian y Chongqing en China. Pero no tengo prisa. En este momento estoy disfrutando mi vida, tal y como es, en la Ciudad de México. Ya habrá tiempo para otros viajes. No hay que comerse el mundo a puños. Aún no he terminado de digerir el viaje de siete meses que llegó a su fin en enero: ni siquiera he visto todas las fotos (y son varias miles). Sin duda un día haré otro viaje en bicicleta. Quizá retomaré el recorrido que no terminé, iniciando en Estambul y terminando en China. Pero no hay prisa. Como me dijo mi amigo Albert Wood de Inglaterra, hay un dicho irlandés que dice "When God made time, he made plenty" (cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho).
Hay que apreciar y disfrutar cada etapa de la vida. Lo que estoy haciendo ahora es lo que extrañé tanto cuando estuve de viaje: trabajar en cosas interesantes, convivir con amigos y seres queridos, tener días llenos de actividad. Por supuesto, nunca se puede tener todo: a cambio de estos elementos, tengo que renunciar a otros que sí tenía cuando estaba de viaje, como la libertad y autonomía absoluta, la novedad y la aventura como única rutina, el tiempo para reflexionar y el reto de superarme a mí mismo cada día en la bicicleta, rodeado de hermosos y cambiantes paisajes. Y si no se puede tener todo, hay que apreciar lo que se tiene y de vez en cuando variarle, para equilibrar las cosas y entender que el pasto no es más verde del otro lado. Hay que viajar cuando se tienen ganas de viajar, y volver a casa cuando la necesidad de conexiones humanas, de confort y de certidumbre excede el deseo de explorar lo desconocido.
Hace justo 4 semanas volví al DF tras poco más de 7 meses de viaje. Me fui el 12 de junio y volví la madrugada del 20 de enero. Al día siguiente empecé a trabajar: volví a ser el yo oficinista -el yo Godínez, dirían algunos-, a cobrar en quincena, a llevar agenda y regir mi vida por los horarios, a asistir a reuniones y ansiar el fin de semana, y demás aspectos propios a la cotidianedad de un trabajador de cuello blanco. Me ha dado muchísimo gusto volver a ver a familiares, amigos y colegas a quienes extrañé tanto, y quienes constituyen, colectiva, la razón por la que estoy de vuelta. La transición del yo viajero al yo oficinista y sedentario ha sido compleja: hay momentos en los que siento que nunca me fui, por la continuidad que percibo entre el antes y el después del viaje en ciertos aspectos de mi vida. Mismas actividades, misma rutina, misma gente.
Pero también hay momentos en los que siento que estuve lejos mucho más tiempo que esos 7 meses. Creo que el viajar solo tanto tiempo en bicicleta me permitió disfrutar de muchas sesiones de reflexión y de meditación que de otra forma no hubiera tenido. Es curioso lo que la mente hace cuando uno lleva un buen rato pedaleando tranquilo a través de un paisaje monótono, desprovisto de elementos que nos llamen la atención: como no le damos nada qué hacer, se inventa sus propias actividades. Hurga en nuestra memoria, rescata personajes y momentos, lanza preguntas, le busca significado a las cosas, intenta enlazarlas, y luego las abandona. En el viaje pensé, pensé mucho, pero no de esa forma en que pensamos cuando queremos resolver un problema. Más bien, era pensar de forma libre y sin un objetivo concreto. Mientras el cuerpo trabajaba para hacer girar los pedales, la mente se relajaba y disfrutaba la inusitada ausencia de estímulos externos.
El rodar de la bicicleta a través de paisajes como éste propiciaba reflexiones internas que se volvieron parte esencial del viaje.
Este proceso es quizá lo que tenía en mente el escritor y ensayista británico Alain de Botton cuando escribía en The Art of Travel (la traducción del pasaje es mía):
"Los viajes son las parteras del pensamiento. Pocos lugares son tan propicios para las conversaciones internas que aviones, barcos o trenes en movimiento. Hay una correlación casi pintoresca entre lo que tenemos frente a nosotros y los pensamientos que podemos tener en nuestra cabeza: grandes pensamientos a veces requieren grandes paisajes, y nuevos pensamientos requieren nuevos lugares. Reflexiones introspectivas que de otra forma se hubieran podido frenar son impulsadas hacia adelante por el movimiento del paisaje."
Obviamente, De Botton no tomó en cuenta el viajar en bicicleta cuando escribió esas líneas. Y sin embargo, desde mi punto de vista el ejercicio jugaba una función central para que yo pudiera disfrutar esas conversaciones internas a las que se refiere el escritor. Casi siempre iba alegre sobre la bicicleta, aún en la adversidad, porque ésta se materializaba en retos que yo tenía que esquivar o vencer. Hay algo maravilloso sobre esa combinación de ejercicio y meditación, porque al bajar de la bicicleta la magia desaparecía. No sé bien por qué. Quizá porque entonces la mente ya tenía frente a sí una multiplicidad de tareas por resolver: encontrar un lugar para dormir, recordar el vocabulario necesario para comunicarme, negociar precios, encontrar un sitio para comer, recordar otra vez el vocabulario, y así constantemente.
Ser viajero en tu ciudad
Además de la que acabo de citar, hay otra idea muy poderosa de The Art of Travel que tiene mucha resonancia con mi propia experiencia -en particular, mi retorno a México:
"El placer que derivamos de un viaje quizá depende más de la mentalidad con la que viajamos que del destino al que viajamos. Si tan sólo pudiéramos aplicar una mentalidad de viajero a nuestros propios rumbos, los encontraríamos quizá no menos interesantes que, digamos, los altos pasos de montaña o las selvas llenas de mariposas de la Sudamérica de Humboldt"
El punto es que cuando viajamos somos más receptivos, más observadores, más curiosos. Nos fijamos en cosas que los locales dan por hecho. Parafraseando a De Botton, al viajar no traemos ideas rígidas sobre lo que es o no es interesante, y nos fascinan los pasillos de los supermercados o los atuendos de los conductores de programas televisivos. ¿Por qué no podemos ser tan receptivos en nuestra propia ciudad, o nuestro propio país? En gran medida, porque damos por un hecho que ya hemos descubierto todo lo que hay. Estamos familiarizados con la apariencia de las calles, los edificios, las personas y la comida, así como con la cultura, las costumbres, las instituciones y los medios, de modo que es más difícil que nos resulten exóticos. Como es natural, tomamos nuestra realidad local como parámetro para medir las demás y así determinamos su grado de exoticidad.
Pero si asumimos que la realidad de nuestra ciudad, o de nuestro país, no es el "orden natural de las cosas" sino simplemente un (des)orden, dentro de una infinidad de posibilidades, y lo contrastamos con lo que vimos y aprendimos en otros lugares, podemos seguir viajando aún cuando volvemos a casa. Entonces podremos ver cuán exóticos, cuán particulares y únicos somos nosotros mismos.
Para efectos de mi viaje (y de mi regreso), ha sido muy interesante comparar y contrastar lo que veo a diario en México con lo que veía a diario en los países europeos que visité tanto en bicicleta (Inglaterra, Escocia, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, República Checa, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía) como sin bicicleta (Islandia, Suecia, Bosnia y Herzegovina). Una de las reflexiones obligadas del viaje es, ¿qué es Europa, o qué es la civilización europea?, ¿qué cosas tienen en común estos 18 países?, ¿qué distingue a estas 18 naciones europeas de México, y qué los asemeja?
La muestra de países que visité es muy diversa en varios aspectos. Por ejemplo, el económico: estuve en países ricos (Europa del norte), otros no tan ricos pero más prósperos que México (los de Europa central), y finalmente otros igual o más pobres que México (Turquía está casi empatada con México, pero Serbia, Bulgaria y Bosnia son países más pobres). En Suecia, el país más rico que visité, el ingreso promedio (ajustado por paridad de poder de compra) es casi cinco veces mayor al de Bosnia y Herzegovina, el más pobre. En otros aspectos, como religión o historia, la diversidad también salta a la vista.
Y a pesar de todo lo anterior, hay cosas que, después de 7 meses en Europa, me brincaron al volver a México. Cosas que marcan a México como un país distintivamente no-europeo. La primera es la aplastante, ubicua, eterna desigualdad socio-económica que el país nunca ha podido (o querido) sacudirse. Ningún país europeo muestra los contrastes entre riqueza y miseria que vemos en México todos los días, en todas las ciudades del país. En promedio, los búlgaros, bosniacos y serbios viven con menos dinero que los mexicanos. Pero su distribución del ingreso es mucho más equitativa, de modo que allá es mucho más raro encontrar niños desnutridos o explotados laboralmente. Pobreza seguro la hay, pero la miseria no me la topé por allá. No vi favelas o villas miseria (o slums, o como sea que les llamemos) en esos países, como sí las tenemos en la periferia de las ciudades mexicanas. Y seguramente tampoco tienen empresarios tan ricos como Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Algo hemos hecho mal en México (y en casi toda América Latina) que seguimos siendo sociedades donde tus oportunidades en la vida dependen, en un grado muy alto, de la familia en que naciste (ojo, no digo que este factor no sea importante en otras sociedades, sino que es particularmente decisivo en las latinoamericanas y africanas, las más desiguales del planeta).
En los pueblos de Bulgaria era común ver casas "amoladas"...
...pero nada que evidenciara la miseria que vemos en la periferia de los pueblos y ciudades de México
Otra cosa que salta a la vista al volver a México es la enorme cantidad de elementos de seguridad -policías y guardias privados- en prácticamente cualquier establecimiento comercial de mediano tamaño. Por ejemplo, se me hace curioso (aunque necesario) que haya policías en los supermercados y en los bancos. Y por todos lados uno ve armas de fuego. México es un país violento y con un alto nivel de crimen, y esto se refleja en la proliferación de individuos cuya función es evitar que se cometan delitos o perseguir a quienes los cometen. Si estuviera escribiendo desde muchas ciudades de la república, seguramente mencionaría también a los soldados fuertemente armados que ahora hacen las veces de policías. En los países europeos -ricos o pobres- la presencia policial es en general muy moderada (más visible en Turquía, debido al combate al terrorismo). Sus tasas de delito son también mucho más bajas.
Un ejemplo interesante del efecto del nivel de inseguridad (o de confianza) de un país en su vida comercial es el de las tiendas de abarrotes. En Turquía me llamó mucho la atención que las tiendas de abarrotes sacan su mercancía a la calle. Colocan comida chatarra y el congelador con helados y el refrigerador de refrescos sobre la banqueta. En México jamás he visto algo así. Por el contrario, lo que hacen no es sólo dejar la mercancía en el interior del establecimiento sino inclusive.. ¡poner barrotes! Muchos dueños de tiendas de abarrotes han tenido que convertir su negocio en una celda de prisión. Y lo mismo podríamos decir de las casas mexicanas, hoy convertidas en auténticas fortalezas con muros de cuatro metros coronados por todo tipo de objetos punzocortantes y alambres electrificados.
Una tienda de abarrotes en Estambul
Bueno, pero no todos los contrastes son desfavorables para México. Aparte de volver a ver a familiares y amigos, una de las cosas más positivas de volver a la capital mexicana fue constatar que nuestro invierno es tan benigno, tan suave, que no incide en lo absoluto en las actividades cotidianas. Si acaso, la gente duerme con una cobija adicional. Tras constatar los vastos poderes depresivos del invierno europeo -desde Turquía hasta Suecia- estoy redescubriendo el maravilloso clima del altiplano mexicano (si estuviera a nivel de mar, enfrentando el calor opresivo estas latitudes tropicales, no estaría opinando igual).
En general, el ejercicio de contrastar y comparar a tu país con lo visto en viajes no te lleva a decidir si estamos mejor o peor (ya sabemos que, en la escala mundial, estamos más o menos a la mitad en casi todo lo asociado a desarrollo humano) sino a cuestionar y tratar de entender las peculiaridades mexicanas. ¿Por qué nuestras casas tienen azoteas planas en las que se colocan tinacos, pararrayos y tendederos de ropa? ¿Por qué no tenemos casas con techo a dos aguas?, ¿por qué nos dio por pintar de amarillo el borde de las banquetas?, ¿Por qué los edificios de nuestras ciudades son tan chaparros, será que de verdad le tenemos fobia a los apartamentos?, ¿a qué se debe nuestra predilección por los topes como herramienta para hacer más seguras nuestras calles?, ¿cuándo apareció el comercio informal en las calles, y en las estaciones de Metro? De pronto, veo tantos misterios en esta ciudad, tantas preguntas por responder, y me doy cuenta de que, de cierta forma, el viaje aún no ha acabado: simplemente, la ciudad que me vio nacer es mi destino actual. Quiero explorarla, analizarla y entenderla como el lugar exótico y único que es.
"That was Asia over there, after all -right there in my view. Asia. The thought of it seemed incredible. I could be there in minutes. I still had money left. An untouched continent lay before me. But I didn't go. Instead I ordered another Coke and watched the ferries. In other circumstances I think I might have gone. But that of course is neither here nor there".
Este viernes vuelvo a México tras poco más de 7 meses vagando por Europa y Turquía, principalmente en bicicleta. Originalmente planeaba seguirme de corrido hasta el Lejano Oriente. Ahora el plan es volver a México 4 meses y continuar la expedición donde la interrumpí, en Estambul. En México estaré trabajando, ahorrando, conviviendo con amigos y seres queridos, y planeando la siguiente expedición ciclista con calma.
La decisión de volver o continuar no fue sencilla. Desde el inicio del viaje en junio, y hasta mi llegada a Estambul a principios de diciembre, me enfoqué en el corto plazo, en la ruta inmediata hacia Turquía. Cuando llegué a esta megalópolis euroasiática -desde donde escribo estas líneas- celebré el cumplimiento de mi meta, y fue entonces que comencé a pensar sobre el plan para 2013.
El plan trazado desde un inicio era continuar pedaleando en Turquía. Pero conforme me fui informando sobre la geografía de este país -el clima, la topografía, la estructura de la red carretera- me di cuenta de lo ingenuas que eran mis intenciones. Cruzar Turquía en bicicleta es un proyecto difícil; cruzar el país en medio del invierno es, de acuerdo a quien le preguntas, una idea imposible, masoquista o sencillamente muy desafortunada. Turquía es un país muy montañoso, y además tiene una elevación promedio muy considerable (la altitud promedio del país es 1332 metros sobre el nivel del mar). En Anatolia, las montañas crecen considerablemente conforme uno se mueve hacia el este del país, donde es común que el mercurio descienda hasta los -30 grados centígrados. Y aún si uno lograra, hipóteticamente, soportar estas temperaturas, cruzar el país en invierno sería muy complicado por la acumulación de nieve, que obliga al gobierno a cerrar muchas carreteras en el este del país durante varios meses.
Mapa topográfico de Turquía (el color indica la altitud sobre el nivel del mar; ver escala en el rincón inferior derecho)
Tras enterarme de los hechos geográficos que acabo de ennumerar, comencé a investigar la posibilidad de pedalear a lo largo de la costa del Mar Negro. Pero resultó ser otra mala idea. A lo largo de la costa del Mar Negro:
(1) Hace menos frío que en el centro del país, pero aún hace mucho frío: la temperatura oscila sobre los 0 grados, a veces mucho menos por la influencia de las corrientes de aire provenientes de Siberia.
(2) Es la región más lluviosa del país (y en invierno, cuando no llueve, nieva)
(3) Hay una cantidad increíble de montañas y colinas (los valles son perpendiculares a la costa).
(4) Hay sólo una carretera, que resulta ser una autopista de 4 carriles -difícilmente lo más agradable para recorrer en bicicleta, y probablemente una vialidad peligrosa.
Abandoné, entonces, la idea de pedalear en Turquía durante el invierno. Mi amigo ciclista turco Kerem (a quien conocí a través de WarmShowers, la red de hospitalidad para ciclistas viajeros más grande del mundo) estuvo de acuerdo conmigo en que lo mejor era reanudar la marcha en la primavera.
Luego consideré la posibilidad de dejar la bici en algún sitio (por ejemplo, con Kerem) e irme a viajar por la región, o por el país, como backpacker, usando trenes, aviones y autobuses. Pero la idea no me entusiasmó. Viajar en invierno, en latitudes donde el invierno sí es cosa seria (no como en las latitudes tropicales donde se ubica la Ciudad de México, por ejemplo), puede ser una experiencia miserable, y más si uno está solo. Pensé en hacer un viaje a Georgia y Armenia, volando desde Estambul. Era barato (al menos más barato que cualquier vuelo comercial en México). Imaginé la experiencia de llegar a otro país extranjero, enfrentarme a otro alfabeto desconocido y otro idioma ininteligible, negociar con taxistas, restauranteros, gerentes de hotel, cargar mi maleta, ocultarme de la lluvia y la nieve, comer en restoranes saturados con humo de cigarro, y lidiar tan temprano con la oscuridad invernal de las latitudes septentrionales. No, no quería eso.
Frío, días cortos, nieve, lluvia, lodo: el invierno puede ser miserable
La tercera opción era volver a casa, y trabajar (tuve la fortuna de recibir, a principios de enero, una oferta de trabajo temporal). Aunque los "pros" de esta opción eran, objetivamente, abrumadores (ver a mi familia y amigos; trabajar en algo que me gusta, y que me permite aprender y desarrollarme profesionalmente; generar ingresos y ahorrar; escapar del invierno crudo de Turquía, etc.) tuve que reflexionar varios días antes de decidirme por ella. El principal problema es que este retorno a casa no estaba en el plan, y me costaba trabajo la idea de volver antes de haber alcanzado el objetivo final, que era llegar hasta China. Pero eventualmente me di cuenta de que lo que me importaba, y lo que me había motivado a emprender el viaje, no era la idea de llegar muy lejos en bicicleta, de probarme algo a mí mismo o a los demás. Lo importante no era llegar a ningún lado, sino simplemente ir. Y cuando ya no puedes o ya no quieres ir más lejos, entonces es tiempo de ir a casa. Parafraseando a Bill Bryson, el truco para viajar felizmente en bicicleta es saber cuando parar. Y en mi caso, no solamente no puedo seguir pedaleando, sino que aún si pudiera, creo que ya no me entusiasma tanto la idea de continuar solo, particularmente en regiones inhóspitas.
Antes de volver a casa, quiero darles las gracias a tod@s los que me han estado siguiendo a través de este muy modesto blog de viaje, así como a través de las fotos y videos que he publicado y difundido por aquí. Cuando uno viaja solo, carga siempre con un déficit de comunicación, una necesidad de comentar lo que uno ve y siente mientras viaja. Y en cierta medida este blog me ha ayudado a eso, a compartir con ustedes parte de mis experiencias sabiendo que ustedes las aprecian. Siempre me da muchísimo gusto recibir comentarios de amigos, parientes o incluso de desconocidos que se interesan por lo que publico en este espacio.
Finalmente, cabe comentarles que el blog seguirá activo. Voy a seguir publicando reflexiones sobre el viaje, ahora no tanto desde la perspectiva de una bitácora de viaje, sino a partir de temas o aspectos del viaje que estuvieron presentes en mi mente todos estos meses. ¡Nos vemos en México!
PD- Si ven mucho Bill Bryson en este post es porque en fechas recientes he estado devorando compulsivamente todos sus libros de viaje. Nunca he reído tanto al leer.
Hace exactamente una semana llegué a Estambul. Aparte de disfrutar la ciudad y convivir con viajeros de todo el mundo en los hostales, he dedicado un poco de tiempo a analizar mi recorrido. Todos los días del viaje he estado registrando las estadísticas básicas (tiempo, distancia, velocidad). También he registrado (y recuerdo bien) los momentos en que he tenido ponchaduras o en que he tenido que ajustarle algo a la bici. Por eso fue posible generar las cifras a continuación. Las estadísticas completas de todos los días del viaje las pueden consultar en este sitio.
Distancia bruta (odómetro): 8,512 km
Distancia neta: 8,318 km (98% del total)
Otros trayectos: 194 km (2% del total)
Del 23 de junio al 4 de diciembre transcurrieron 165 días. En 104 de ellos realicé trayectos (es decir, me subí a la bici para viajar de un punto a otro). En los 61 días restantes me dediqué a otras cosas, como descansar, socializar y turistear. Durante estos días a veces usé la bici para, por ejemplo, pasear por las ciudades. Estos son los otros trayectos que menciono arriba. En esta categoría también entran los trayectos cortos que realicé luego de haber llegado a un destino. Por ejemplo, cuando tengo que salir a comprar comida tras haberme instalado en un hotel o campamento. Los datos que voy a mostrar abajo se refieren únicamente a los 8,318 km que constituyen la distancia neta.
Días de bici: 104
Tiempo total en la bici: 441 horas
Tiempo promedio por día: 4 horas 14 minutos
Velocidad promedio: 18.9 km/h (=8,318 km/441 hrs)
Distancia promedio: 80 kilómetros (=8,318 km/104 días)
Días más largos
Licques (Francia) a Brujas (Bélgica), 128 km en 5 h 50 min
Helmsdale (Escocia) a Inverness (Escocia), 127 km en 7 h 13 min
Mers-les-Bains (Francia) a Licques (Francia), 127 km 6 h 9 min
Mis últimos días en Francia fueron de los más largos del viaje.
Días más rápidos (vel. promedio diaria)
Dunaföldvar (Hungría) a Bátászek (Hungría), 25.5 km/h
Osijek (Croacia) a Novi Sad (Serbia), 25.0 km/h
Novi Sad (Serbia) a Belgrado (Serbia), 24.2 km/h
Los vientos a favor y el terreno plano me permitieron
alcanzar velocidades promedio diarias de hasta
25 km/h en Eslovaquia, Hungría y Serbia.
Mayores ascensos diarios
Las dos etapas topográficamente más complicadas del viaje han sido las montañas Grampians en las Highlands de Escocia, y las montañas del centro-sur de Alemania. Estas últimas aparecieron inesperadamente. No se trata de grandes montañas, pero tuve que subir y bajar muchas de ellas.
Friedland a Wiesbaden (Alemania), 1532 metros (21/09/2012)
Frankfurt-am-Main a Lohr (Alemania), 1522 metros (23/09/2012)
Ballater a Grantown-on-Spey (Escocia), 1355 metros (12/07/2012)
Cruzar las montañas Grampians en Escocia, quizá el mayor
reto físico del viaje hasta ahora.
Las monrañas alemanas no eran grandes pero sí numerosas
Problemas técnicos
La llanta trasera original (Michelin City) resultó defectuosa, tras 1322 km la tuve que reemplazar por una Continental Contact tras ocasionarme ponchaduras (11 de julio de 2012).
La segunda llanta trasera (Continental Contact) se ponchó a los 6255 km en la Rep. Checa, luego otra vez aprox. a los 6400 km en Austria, de nuevo a los 6540 km y finalmente a los 7400 km en Serbia, tras lo cual la reemplacé por una Schwalbe City.
La llanta delantera original (Michelin City) no tuvo ponchaduras hasta los 6600 km, en Eslovaquia. También la reemplacé por una Schwalbe City a los 7400 km en Serbia.
Desde los 7400 km en Smederevo, Serbia, no he tenido ponchaduras (van 1100 km)
Entre Corgaff (Escocia) y Ceske Budejovice (Rep. Checa) transcurrieron 4933 km sin ninguna ponchadura, la mayor racha hasta ahora.
Aparte de las ponchaduras, sólo he tenido un rayo roto (cerca de Dunaföldvar, Hungría, tras 6955 km). Lo reparé sin dificultades.
En Edinburgo, Escocia sufrí mi única caída de la bici hasta ahora, tras 1126 km. Era un día llovioso y yo pedaleaba en una ciclovía angosta y de superficie irregular y resbalosa.
Reparando una ponchadura en Escocia
Mantenimiento y cambio de componentes
En Oxford, Praga y Belgrado, (es decir a los 3156, 6030 y 7313 km respectivamente) mi bici fue examinada y recibió mantenimiento por mecánicos profesionales.
En Praga (tras 6030 km) cambié las velocidades traseras (sprocket) y la cadena. Las velocidades delanteras (chainwheel) las cambiaré probablemente en Ankara o Tehrán, el próximo año.
Y como ya mencioné, actualmente mis llantas son Schwalbe City que cambiaré por unas Schwalbe Marathon en algún punto, posiblemente en Ankara o quizá incluso en Estambul.
En Praga también cambié los pads de los frenos.
En general no he tenido muchos problemas técnicos. Mi Surly Long Haul Trucker ha aguantado el trayecto muy bien. No en vano muchos afirman que es la mejor touring bicycle en el mercado. En Serbia un mecánico me dijo que es una bicicleta que me puede llevar hasta la Luna, que es lo mejor que te pueden decir sobre tu máquina. Mis habilidades como mecánico siguen siendo muy limitadas, puedo reparar una ponchadura, cambiar la cámara y reparar un rayo roto, pero poco más. Puede que se me presente un problema más serio que no pueda resolver, pero ya veré que hago en ese escenario. Tras 8,500 km sólo me he quedado varado en medio de la carretera una sola vez, y fue al inicio del viaje en Escocia. Hay que llevar repuestos (cámaras, llantas, rayos) y herramientas básicas, y dejar lo demás a la suerte (es decir, no hay que preocuparse por problemas que pueden surgir con una baja probabilidad).
El arranque en Europa -Land's End, 23 de junio
Entrando en ritmo en Inglaterra
El final - Estambul, 4 de diciembre
Habrá a quien le parezca algo obsesivo llevar las cifras. No sé si lo sea, lo que sí sé es que es algo extremadamente fácil: basta con resetear la computadora de viaje cada mañana, y apuntar las cifras en una libreta al final del día (lo cual tarde un minuto). Cuando miras hacia atrás, las cifras te permiten ver con objetividad qué hiciste cada día, y de ese modo te permiten refrescar tu memoria al instante. Hay ciclistas que no llevan estadísticas, pero la mayoría de los que he conocido sí lo hacen. De hecho, yo no he hecho cosas como marcar exactamente mi ruta o publicar mis gráficas de elevación (en parte porque, honestamente, no tengo idea de cómo hacerlo). Lo que sí creo es que la información puede serle útil a otras personas planeando un viaje similar.
Bueno, aquí me despido. Hasta nuevo aviso estaré tomando unas vacaciones de la bicicleta, posiblemente hasta febrero o marzo de 2013. Por aquí les estaré avisando conforme mis planes se definan.
No fue el final de película que hubiera querido. La lluvia estaba ahí cuando desperté, y nunca se fue. Desde el kilómetro 5 ya estaba empapado. Iba mentalizado para enfrentarme al tráfico enloquecedor de una megalópolis, pero no consideré los otros retos que me fueron apareciendo en el camino. Primero, las condiciones esquizofrénicas del camino, que un par de kilómetros era una autopista impecable, como alfombra negra, para luego transformarse, súbitamente, en un camino de terracería (presumiblemente por obras viales... que se sucedían unas a otras cada cinco kilómetros). Luego, los perros salvajes que merodeaban la carretera al más puro estilo mafioso, persiguiendo e intimidando a los incautos. En un par de ocasiones tuve que enfrentar a perros alfa que se me acercaron mostrando sus colmillos y ladrando. Al bajarme de la bici y pararme a un costado de ella, los perros se tranquilizaban. Pero aún así, el temor a un enfrentamiento me llevó a procurarme un arma muy rudimentaria, una rama de árbol que encontré a la orilla de la carretera. Afortunadamente, no tuve que usarla. La tiré al entrar a Estambul.
A los 50 kilómetros entré a los suburbios de la megalópolis euroasiática. Para ese entonces iba yo en una autopista de 6 carriles, la D020, que se suponía que era la vía más tranquila para ingresar a Estambul. Pero no tuve mucha oportunidad de apreciar los cambios en el paisaje. Mi autopista comenzó a interactuar con varias otras autopistas de forma violenta y desconcertante. Por todos lados había carriles de entrada y de salida. Yo iba en el acotamiento carretero, pero en varias ocasiones mi acotamiento se convertía en el carril central de la autopista cuando se incorporaban a la misma otros dos carriles sobre los que rodaban vehículos a 100 km/h.
Mi sentidos estaban en modo de máxima alerta. Estaba navegando una red de espaguetis carreteros que se enredaban con el paso de los kilómetros. Eventualmente me deshice de ellos, entré a la ciudad propiamente, y aparecieron los semáforos, los camiones, los peatones. No tardé mucho en notar que en esta ciudad las bicicletas no tenían lugar, o al menos esa es la lección que me querían impartir el resto de los vehículos. Frustrado, nervioso y confundido, saqué mi bicicleta de esa gran avenida que me llevaba hacia el este, hacia Sultanahmet, mi meta. Cargué mi bici y la puse sobre la banqueta, que cada cien metros desaparecía o estaba bloqueada por autos o materiales de construcción. De nuevo cargué la bicicleta, la llevé hacia un río, y pude avanzar un kilómetro o dos sobre un rudimentario malecón. Luego volví a la calle, tuve que hacer un par de cruces peligrosos e ilegales en una avenida para ponerme del lado correcto de ella. Y así, poco a poco, me fui acercando. La adrenalina seguía fluyendo, y pude subir la colina final con una velocidad prodigiosa, imprimiendo un máximo de energía a cada vuelta de pedal porque sabía que no faltaba mucho. Tuve un roce cercano más con otro automóvil, luego giré a la izquierda en la avenida del tranvía y quedé de frente a la Aya Sofía. Salí de la avenida, cargué mi bici para bajar unas escaleras y llegar a la plaza. De un lado la Aya Sofía, del otro la Mezquita Azul. El fin. Me detuve un par de minutos para tranquilizarme, convencerme de que ya estaba ahí. Luego saqué la cámara y grabé un breve video mientras le daba la vuelta a la plaza que conecta los dos monumentos. Aquí lo tienen:
El próximo año vendrán nuevos retos, pero por el momento quiero disfrutar este logro y esta ciudad. Fueron 8512 kilómetros desde que empecé el 23 de junio. 104 trayectos individuales, en un periodo de 165 días. 14 países visitados. Ya habrá tiempo para reflexionar y escribir con calma sobre las lecciones de este recorrido, pero desde ahora puedo adelantar una cosa: lo más difícil fue empezar a pedalear. Lo demás es inercia.
Estoy a tan sólo 60 km de Estambul, en esa metapenínsula balcánica llamada Tracia. Tres horas a velocidad normal, aunque siendo honesto creo que mañana rodaré a una velocidad mucho más baja. Estambul es un monstruo de ciudad, con una población -contando los suburbios- de 13.5 millones de habitantes. Mañana podría ser el día más difícil de todo el viaje. Imaginen que un ciclista sueco, que lleva apenas una semana en el país y no habla español, llega a Teotihuacán y al día siguiente sale a pedalear con la intención de llegar a Tlalpan, en la Ciudad de México... Creo que más o menos eso es lo que me espera. Pero no tengo duda de que, de algún modo u otro, y tarde lo que me tarde (caray, tendré todo el día) llegaré eventualmente a mi destino, el hostal Old City Esma en Sultanahmet (el barrio más antiguo de Estambul, donde está la Aya Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna Romana y otros monumentos impresionantes).
Un letrero que pasé hoy en la carretera D020, la vía más tranquila
y segura para llegar a Estambul desde Europa (en vez de la
peligrosa y muy transitada D100)
Bueno, antes de seguir hablando de Estambul (ya llegará el tiempo de eso) quiero echarme tres pasos para atrás y hablar de lo que han sido los últimos días, que han sido entretenidos e inusuales aunque poco productivos en términos ciclistas. Escribí mi post anterior desde Kirklareli, y luego anduve a Pinarhisar, Saray y de ahí a Subasi, donde me encuentro actualmente. Apenas 140 kilómetros en 4 días. Parece un desperdicio de tiempo, y de hecho lo sería, si mi único criterio fuera llegar a Estambul lo más rápido posible. Pero no es así. Mi motivación principal, en Turquía, es justamente explorar Turquía, entender Turquía, conocer a su gente, y en general disfrutar mi experiencia en complejo país que día con día ha retado algunos de los estereotipos y prejuicios con los que yo llegué (bueno, más que retarlos los va destruyendo... pero ya llegaré a eso).
Cuando llegué a Turquía el mal clima (niebla, frío, algo de lluvia) que me había perseguido en Bulgaria (y afectado irreversiblemente mi experiencia en ese país) desapareció. Tuve sol y cielos azules tanto a mi llegada a Edirne como en mi trayecto hacia Kirklareli. De hecho, gracias al súbito e inesperado ascenso de temperatura, por primera vez en muchas semanas pude guardar mi chamarra y quedarme sólo en mi jersey. Había un viento muy fuerte del sur, que no me afectaba mucho dado que yo iba hacia el este (es molesto un viento transversal, pero no tanto como uno frontal). Aqui pueden ver escenas de ese trayecto Edirne-Kirklareli (65 km):
Pero el aire caliente, al mezclarse con las masas de aire frío, generó lluvia. Y en cantidades industriales. Al día siguiente, en Kirklareli, caía un aguacero. Empaqué y monté mi bicicleta pensando de forma optimista: la lluvia no puede durar todo el día, me dije. Y de hecho, así fue. La lluvia me acompañó durante media hora, luego desapareció... Y luego volvió, esta vez para quedarse. Mientras estaba comprando galletas y un refresco en una tiendita en el pueblo de Pinarhisar, la lluvia arreció. Seguí pedaleando, pero la lluvia, combinada con el viento (que ahora soplaba desde el sureste, es decir justo en mi contra) me dificultaban las cosas de forma increíble. Las gotas de lluvia eran aventadas por el viento contra mi cara con tanta fuerza que dolía, era como si cada segundo me estuvieran arrojando diez piedritas del tamaño de una canica. Y claro, me estaba empapando. Ya en las afueras de Pinarhisar mi mente le daba vueltas a la posibilidad de cancelar el trayecto y buscar alojamiento donde fuera. No podía seguir en esas condiciones tan desagradables. Fue entonces que vislumbré un motel al lado de una gasolinera. Era una ubicación improbable, así que lo tomé como una señal divina. Era también un restorán, lo cual me alegró: estaba lejos del centro del pueblo, y no quería volver a salir en el resto del día (en la lluvia y oscuridad). Así que, tras haber recorrido sólo 30 km, di por concluido mi día ciclista y me apresuré a hacer el check-in y llevar mis alforjas a mi cuarto.
Ventana de mi cuarto en el motel en Pinarhisar
Pasé el resto del día leyendo y surfeando la web. Estos días estoy leyendo compulsivamente Bill Bryson, no hay otro autor que logre hacerme reír a carcajadas en público. Ya leí Notes from a Small Island,I'm a Stranger Here Myself y actualmente estoy leyendo A Short History of Nearly Everything y Neither Here nor There. Bill Bryson tiene una prosa magnífica y un sentido del humor aún mejor. De hecho, no sé cómo viví todos estos años sin descubrirlo (mi exjefe me introdujo a Bryson justo antes de emprender este viaje). Si no les da pena explotar de la risa en un Starbucks o en algún otro lugar público mientras leen, les recomiendo muchísimo a Bill Bryson (como dato cultural, Bryson es actualmente el autor de libros de no-ficción [nonfiction] más vendido en Gran Bretaña).
Pero vuelvo a la historia. Esa tarde no dejó de llover en Pinarhisar. La verdad, eso es lo que yo quería, para sentirme validado en mi decisión de cancelar el recorrido (si a los 10 minutos de ocupar mi habitación el cielo se hubiera despejado, me hubiera dado de topes contra la pared). La lluvia continuó en la noche. Pero la mañana siguiente ya no llovía, aunque el cielo estaba plagado de nubes de apariencia hostil. Tras desayunar e impresionar a los empleados del hotel con las tres palabras en turco que había aprendido la noche anterior (hola, gracias y adiós: merhaba, teshekkur ederim y elveda) emprendí el camino a Estambul. Salí de Pinarhisar, subí una colina, crucé un valle, y empezó a chispear. El viento, siempre el viento, me empujaba transversalmente unas veces y otras simplemente me golpeaba en la cara. Apenas llevaba 30 km pero las cosas, otra vez, pintaban mal. La lluvia aumentó en intensidad. Me faltaban 7 km para Saray, donde sabía que había un hotel. Para cuando llegué a las afueras de Saray, la lluvia ya era un aguacero y yo ya había decidido que no iría más lejos. Me dirigí al hotel, y me resigné a otro día de lluvia -otro día de leer, meditar y entetenerme con lo que encontrara a mi paso. Esta vez decidí que usaría mi tiempo para crear mi propio phrasebook de turco, usando Google Translate y materiales gratuitos que encontré en internet (por cierto, sabían que la BBC tiene mini-cursos de idiomas extranjeros bastante decentes?).
Lo esencial: saludar, agradecer , decir sí, no, por favor. Los números.
Preguntar cuánto cuesta algo. Pedir un cuarto, pedir un platillo.
Con eso basta para sobrevivir. Ah, y la pronunciación!
Hoy en día la mayoría de los backpackers pueden darse el lujo de no aprender ni una palabra de los idiomas de los países que visitan, porque la industria turística global se desarrolla siempre en torno a las necesidades de los turistas (es decir, al inglés). Pero fuera de los centros turísticos, en esta parte del mundo es esencial saber al menos algunas palabras en el idioma local. Si en los Balcanes poca gente hablaba inglés, aquí en Turquía menos. Y el turco, vaya que es un idioma difícil! Ya escribiré de eso más adelante, pero aquí sólo quiero decir que es mucho más fácil el búlgaro (con todo y su alfabeto cirílico) que el turco (que se escribe en el alfabeto romano... es decir, éste). El retorno a la inversión de tiempo y esfuerzo para aprender idiomas, cuando uno realiza viajes como el mío, es altísimo. (Y aunque les estoy diciendo todo esto, yo sigo sin saber qué diablos pedir en los restoranes aparte de köfte, que es lo que he comido cinco días seguidos).
En fin, volvemos a la historia: estoy en Saray, es otro día de lluvia ("día perdido" podríamos decir). El día se fue con rapidez, entre que leía a Bryson, y aprendía algo de turco me dio la hora de cenar, y ya no llovía. La mañana siguiente desperté un poco más tarde de lo planeado, me bañé y comencé a empacar. Justo cuando creí que ya tenía todo listo para partir, me di cuenta de que aún había demasiado espacio en una de las alforjas traseras (las grandotas). Tanto espacio sobraba, que era obvio que me había faltado empacar algo. Pasé lista rápidamente a mis bultos y entonces pude identificar al ausente: la bolsa con la ropa sucia. Carajo, dónde estaba?! Busqué en todos lados. Me cayó el veinte: había dejado la ropa sucia en el hotel anterior, 44 km atrás! Evalué el valor de la bolsa y sus contenidos: no, no podía darla por perdida. Y así comprendí que sería otro día perdido, que tendría que quedarme ahí mismo otra noche, y que tenía que volver a Saray. Por una bolsa con ropa sucia, en la cual había ropa ciclista que es cara. Y lo que me daba más coraje es que era un día precioso para pedalear, pero no podría hacerlo. Bueno, podía ir de vuelta a Pinarhisar en bici pero, francamente, la idea de recorrer el mismo camino otras dos veces en bicicleta no me hacía feliz. No, tomaría el autobús. Una nueva experiencia en Turquía.
Volver a Pinarhisar fue fácil. De la estación de autobuses (otogar) tomé un bus a Vize, un pueblo intermedio. Uno de los empleados de la línea, quien iba a bordo, hablaba inglés. Era estudiante. Cuando le dije que era de México, se negó a venderme un boleto! Era su invitado, me dijo. Me he encontrado varios gestos de este tipo en Turquía -gente que te ofrece una taza de té, una galleta, o que simplemente te trata con deferencia porque eres extranjero. Y cuando me dicen, "y por qué viniste aquí?" les digo "porque Turquía es un país hermoso" y con eso basta para ganarme su amistad. Sí, los turcos son amistosos, y muy patrióticos.
Próspero pueblito en una colina, cerca de Subasi
Antes de emprender mi expedición para rescatar mi bolsa de ropa sucia, escribí una nota explicativa en turco tanto para el gerente de mi hotel en Saray como para la gente del hotel en Pinarhisar (donde había olvidado la ropa). Google Translate al parecer hizo un buen trabajo, porque la gente del hotel entendió bien mi problema y me llevaron a mi exhabitación. Y ahí, hasta abajo en el armario, estaba mi bolsa! El cuarto estaba limpio y listo para recibir nuevos huéspedes pero claramente nadie había notado mi bolsa de ropa. Entonces recordé por qué la había puesto ahí: "será imposible olvidarla", había razonado, "porque es un bulto demasiado grande... no hay modo de olvidar algo tan grande". Sobra decir que esta lógica resultó ser muy mala! Nada es inolvidable (en el sentido de físicamente olvidar algo) en esta vida y en este viaje.
Bosques y campos de Tracia, en un día hermoso
Y así llegamos a este día, el penúltimo de mi recorrido hacia Estambul. Luego de la pifia de la bolsa de ropa, hoy en la mañana sí logré salir de Pinarhisar rumbo a Subasi, un pueblo a sólo 60 km de Estambul. Las condiciones fueron perfectas: sol, cielo azul, viento neutral y a veces a favor, poco tráfico. La carretera es excelente y suficientemente ancha como para evitar ponerme nervioso cuando pasan camiones.
El personaje del día
De Pinarhisar a Subasi fueron 62 km. El highlight del trayecto fue encontrarme a un pobre ciclista noruego, de nombre Casper, con una llanta rota y la bicicleta boca abajo, a la mitad del camino. Casper salió de algún lugar de Noruega con la intención de llegar a Estambul. Y, considerando los medios de los que dispone, es increíble que haya llegado tan lejos. Su bicicleta es una bici de montaña común y corriente, con las llantas más baratas del mercado. Sus ropas son más bien harapos, todas rotas, sucias. Casper es realmente un vagadundo que vive, literalmente, en la calle. Me dijo que estaba acampando a lo salvaje todas las noches, y que su última noche bajo techo (y presumiblemente su último baño) había sido en Belgrado. Eso explicaba el mal olor que emanaba de su persona.
Admiro la tenacidad de gente como Casper, que demuestra que se puede viajar por el mundo en bicicleta con medios muy modestos. Provisto de su tienda de acampar y su estufa de camping, Casper seguramente estaba gastando en una semana lo que yo gasto en un día. Pero su estilo de viaje no es atractivo para todos. Yo, por ejemplo, no querría estar varios días sin bañarme, acampando cada noche a la orilla de la carretera, sin hablar con nadie, sin poder entrar a un café o restorán durante el día, sin poder refugiarme del frío y del viento. Gente como Casper son los hardcore del mundo del tour cycling. La categoría en la que yo me ubico es la denominada mid-range: no nos importa salir a pedalear durante horas y enfrentar los elementos, y ensuciarnos en el camino. Pero también queremos higiene, comfort, y estar rodeados de gente.
Después de despedirme de Casper, tardé otra media hora en llegar a Subasi, mi destino del día. Almorcé en un restorán y luego me dirigí al Hotel Kleopatra, el único disponible, de cuya existencia me había informado Rob (el ciclista inglés que conocí en Belgrado). No lo sabía yo, pero lo mejor del día aún estaba por venir.
De entrada, me llamó la atención el contraste entre el tamaño del hotel y el deterioro de las instalaciones. ¿Quién construiría un hotel tan grande en la mitad de la nada? Subasi ni siquiera tiene calles, apenas es un pueblito en el cruce de tres carreteras. El hotel tenía unas 30 o 40 habitaciones, y por supuesto que tenían una libre para mí. No vi ningún otro huésped al llegar. Después de bañarme puse la televisión, y mientras buscaba canales en inglés comencé a escuchar ruidos del cuarto de junto que indicaban que estaba ocurriendo ahí un intenso encuentro romántico. Sin ganas de escuchar ese soundtrack, tomé mi limitadísima netbook y me dirigí al lobby, que era de cualquier modo el único lugar donde servía el wi-fi. A la media hora se fue la luz en todo el hotel, y volví a mi cuarto con muchísima dificultad, en total oscuridad, chocando con paredes un par de veces. Unos minutos después la electricidad volvió, y de nuevo bajé al lobby. Pero al caminar por el pasillo noté que ahora las puertas de varias habitaciones estaban abiertas, y no había nadie en ellas. Mmhh. ¿Quién hace check-out a las 6 de la tarde? Comencé a atar cabos: estaba en un hotel de paso, o un love motel. Minutos más tarde lo confirmé, cuando vi llegar a una pareja al lobby. Sin equipaje, excepto por la bolsa de mano de ella. Claramente, ellos no estaban ahí de viaje. Más tarde, cuando volví al cuarto, vi que la distribución de puertas abiertas y cerradas había cambiado. En este viaje me he hospedado en todo tipo de hoteles, y he visto algunos decididamente épicos (particularmente en Serbia y Bulgaria) pero jamás me había tocado uno cuya clientela principal fueran personas que van ahí para dormir.
Pero faltaba la puntada del día. Cuando quise ir al restorán a cenar, a eso de las 7, el encargado me puso una cara de que algo no estaba bien. Le pregunté si había problema, tras lo cual me hizo gestos para que lo siguiera al interior de la cocina. Se me hizo raro, pero asumí que me mostraría una limitada selección de platillos disponibles -ya cocinados- para que yo eligiera directamente. Pero no. Lo que me mostró, fue una sección totalmente carbonizada de la cocina. Todo estaba quemado, claramente había habido una explosión. El techo se había derretido y roto. Pues, por eso no había servicio de restorán. Afortunadamente, el cocinero responsable de la explosión (quien estaba en el proceso de cocinar papas a la francesa!) no había sufrido quemaduras graves. O eso espero. Sólo sé que no fue a dar al hospital. También entendí que por eso se había ido la luz unas horas atrás.
Mi habitación en el infame Hotel Kleopatra
Tuve que salir a cenar al pueblo. Para llegar a él, había que caminar unos 500 metros sobre la carretera, que estaba totalmente oscura. A ambos lados de ella habían perros, organizados en pequeñas bandas, que estaban ahí con la inequívoca intención de intimidar a la gente y reafirmar su primacía territorial. En varias partes de Turquía he visto esta escena. Sin otra cosa qué hacer, los perros le juegan a los mafiosos de la colonia, y les encanta perseguir y espantar a automovilistas y ciclistas. Por suerte, en ese momento no estaba yo en una bicicleta, y creo que con los peatones son más relajados.
En el pueblo había varios salones de té pero sólo un mini-restorán. Entré, miré el menú, no entendí nada y me fui. Luego volví, porque realmente era el único sitio que vendía comida (aparte de las tiendas de abarrotes). Comí un dürum mediocre y bebí un Ayran por 8 TL (4 Euros), lo cual me pareció exorbitante. Complementé mi cena con galletas que compré de regreso, y una Coca-Cola. En la tienda me preguntaron, por cuarta vez en el día, que de dónde era. Y por cuarta vez en el día, alzaron las cejas y no supieron qué decir cuando dije que de México.
De vuelta en el hotel, noté con frustración que el wi-fi ya no funcionaba, y que por lo tanto no podría publicar el post que están leyendo en este momento. Pero encendí mi Kindle y continué leyendo las aventuras europeas de Bill Bryson (Neither here nor there). Y así pude cerrar mi día riendo a carcajadas, en ese hotel de paso a la mitad de la nada, a tan sólo un día de Estambul y del fin de mi año ciclista.
Así me veía al llegar a Subasi. Noten el peinado, producto de traer
el casco puesto durante cuatro horas. Y el esbozo de sonrisa por
haber llegado a mi destino y estar a tan sólo un día de Estambul.