6 may 2013

La vida (y el blog) después del viaje

Tenía el blog medio abandonado desde que volví a México el 20 de enero, y estaba seguro de que lo encontraría todo abandonado, con telarañas y polvo. Sin embargo, me sorprendió notar que el blog está recibiendo mucho tráfico -paradójicamente, en promedio recibe más visitas al día ahora que cuando estaba de viaje! De hecho, en abril -mes en que no publiqué absolutamente nada- este blog recibió 3,445 visitas, un 13% más que en noviembre pasado (que fue el mes con más visitas durante todo el viaje). En otras palabras, estos días el blog recibe en promedio115 visitas al día, que no está nada mal para un sitio en el que no se mueve ni una mosca. 

Por otra parte, es curioso que la mayoría de las visitas llegan al blog por dos entradas: número uno por mucho es, ¿Para qué países necesitamos visa los mexicanos?  Es un post que escribí en noviembre de 2011, antes de realizar un viaje de cinco semanas por el sureste asiático. El otro post es sobre el ferrocarril transiberiano, que escribí en octubre de 2011. Pero francamente no tengo ni idea de qué hacen los internautas una vez que acaban de leer esos posts. ¿Se siguen con otros? ¿O simplemente abandonan el blog para siempre? Son preguntas que me intrigan, aunque no tanto como para analizar con detalle las estadísticas del blog.

La vida sigue

Desde que volví de mi expedición ciclista mi vida ha estado bastante movida. El trabajo es interesante y estimulante: me siento afortunado por tener un trabajo que me permite seguir aprendiendo cada día, tanto a través de mis propias lecturas y análisis como de mis colegas. Aparte del trabajo, disfruto de la convivencia con mis amigos y seres queridos. También tengo varios hobbies: jugar y estudiar ajedrez, continuar perfeccionando mi francés, aprender alemán (autodidacta hasta este momento, pero inicio clases la próxima semana), escribir las memorias de mi viaje,  quizá con la intención de publicarlas algún día (llevo escrito el día 9, de 167!) y jugar fútbol rápido con los colegas del trabajo (ya no soy lo que era, o lo que nunca fui, pero aún me divierte). Y de vez en cuando me escribo con los amigos que hice en el viaje -a veces en español, inglés o francés, y otras veces usando Google Translate para redactar unas líneas cuasi-incomprensibles en turco o serbo-croata. Al mismo tiempo, estoy viendo (lentamente) qué hacer con mi vida en los años por venir: quiero estudiar un posgrado aunque no tengo aún muy claro en qué, ni en dónde.


Muchos aspectos de mi vida cotidiana hoy en día son similares a como eran antes de emprender el viaje en bici. Pero hay cambios notables. Por ejemplo, no me he bajado aún de la bicicleta: la misma Surly LHT en la que viajé 8,500 km en Europa. La uso todos los días (excepto los viernes) para ir al trabajo, un recorrido de 13.5 km en cada dirección. El odómetro, que no se puede resetear, ahora marca casi 9,500 km. El odómetro me recuerda cada día que el viaje sigue, aunque yo esté en casa y rodeado de personas de toda la vida. El viaje no se acaba mientras uno conserve el gusto por aprender, por conocer nueva gente, por explorar nuevas facetas de una cotidianedad que no deja de sorprendernos aún si siempre hemos convivido con ella.

¿Tengo en mente otros viajes? Por supuesto que sí. Me gustaría ir a sitios como Georgia, Armenia, Azerbaiyán e Irán. Quiero volver a Islandia. Quiero conocer Canadá. Y me atrae la idea de visitar Shangái, X'ian y Chongqing en China. Pero no tengo prisa. En este momento estoy disfrutando mi vida, tal y como es, en la Ciudad de México. Ya habrá tiempo para otros viajes. No hay que comerse el mundo a puños. Aún no he terminado de digerir el viaje de siete meses que llegó a su fin en enero: ni siquiera he visto todas las fotos (y son varias miles). Sin duda un día haré otro viaje en bicicleta. Quizá retomaré el recorrido que no terminé, iniciando en Estambul y terminando en China. Pero no hay prisa. Como me dijo mi amigo Albert Wood de Inglaterra, hay un dicho irlandés que dice "When God made time, he made plenty" (cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho).  


Hay que apreciar y disfrutar cada etapa de la vida. Lo que estoy haciendo ahora es lo que extrañé tanto cuando estuve de viaje: trabajar en cosas interesantes, convivir con amigos y seres queridos, tener días llenos de actividad. Por supuesto, nunca se puede tener todo: a cambio de estos elementos, tengo que renunciar a otros que sí tenía cuando estaba de viaje, como la libertad y autonomía absoluta, la novedad y la aventura como única rutina, el tiempo para reflexionar y el reto de superarme a mí mismo cada día en la bicicleta, rodeado de hermosos y cambiantes paisajes. Y si no se puede tener todo, hay que apreciar lo que se tiene y de vez en cuando variarle, para equilibrar las cosas y entender que el pasto no es más verde del otro lado. Hay que viajar cuando se tienen ganas de viajar, y volver a casa cuando la necesidad de conexiones humanas, de confort y de certidumbre excede el deseo de explorar lo desconocido.


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