17 sept 2011

Los Balcanes III: Buscando a San Iván de Rila

Llevaba media hora caminando sobre una estrecha carretera que cruzaba bosques de pinos, riachuelos y montañas, y aún no me había topado con ningún signo de la famosa y mística cueva. Mi guía indicaba que se encontraba a cuatro kilómetros al norte del monasterio, pero ¿cómo encontrar una cueva entre tantas montañas? Y aún si la encontraba, ¿podría subir hasta allá, donde el mismísimo zar búlgaro Petar I no había podido llegar más de mil años atrás? 
Las magníficas montañas de Rila y sus densos bosques de pino y roble

Agua fresca de montaña, para quienes olvidamos comprar una botella

Finalmente encontré un letrero –en búlgaro, y en alfabeto cirílico- y supe que no podía estar lejos. Comencé a ver familias búlgaras que subían y bajaban una vereda que iniciaba al pie de la carretera y se internaba en la montaña. Tiene que ser el sitio, pensé. Unos diez minutos después, cuando ya estaba en un sitio tan alto que no se veía la carretera, me encontré una pequeña cabaña de piedra custodiada por un perro. Justo afuera de la cabaña había tres bancas de piedra, donde búlgaros de todas las edades se sentaban para redactar mensajes en trozos de papel. Noté que todos doblaban cuidadosamente estos papelitos, los besaban y luego los llevaban a un sitio detrás de la cabaña. Los seguí discretamente, y vi cómo insertaban esos papelitos en las ranuras de las rocas, a la entrada de una cueva, y acto seguido se persignaban. No cabía duda: había llegado a la ermita de San Iván de Rila, santo patrono de Bulgaria. Los papelitos que la gente dejaba eran plegarias y oraciones. Escribí un deseo en un pedazo de hoja de mi diario y lo puse junto a los demás miles de papelitos.
La tumba de San Iván de Rila
La cueva de San Iván de Rila 
Papelitos con oraciones en las ranuras de las rocas evidencian el carácter místico del lugar


San Iván de Rila (Свети Иван Рилски, Sveti Ivan Rilski en búlgaro) murió en 946 D.C.  en la cueva donde vivió durante la mayor parte de su vida. San Iván fue el primer heremita búlgaro, lo que quiere decir que decidió vivir en aislamiento en condiciones primitivas para dedicarse a la meditación y a los rezos sin distracciones. Pero también ayudaba a los pobladores locales, a través de milagros por supuesto. Para su mala fortuna, la fama de los milagros se expandió por toda Bulgaria al grado que el propio zar Petar I quiso ir a verlo. Dice la leyenda que el zar nunca pudo llegar a la ermita. Por un lado, San Iván se rehusaba a conocer al zar pues temía pecar de vanidad. Por otro, el zar efectivamente no logró escalar la montaña hasta llegar a la ermita (lo cual nos hace dudar mucho de la condición física del zar, pues hoy en día hasta los niños llegan caminando a ella). Entonces el zar y San Iván se tuvieron que conformar con un saludo a la distancia. Hoy en día, San Iván de Rila está presente en la vida de los búlgaros no sólo de forma mística o espiritual, sino también en la economía: su imagen aparece en el reverso de las monedas de 1 lev.

Para llegar a la cueva y tumba de San Iván de Rila hay que llegar primero al monasterio de Rila, que se fundó en su honor poco después de su muerte, en el siglo X. Este monasterio cristiano ortodoxo ha jugado un rol central en la historia cultural búlgara, pues durante los cinco siglos de dominación otomana (del siglo XV al XIX) ahí fue donde se guardaron muchas de las reliquias y tesoros más importantes del  país. Hoy en día el monasterio sigue funcionando, pues lo habitan una decena de monjes. Los monjes han habilitado algunas celdas como cuartos de huéspedes, y es posible pasar la noche ahí por 10 euros (no hay agua caliente). El monasterio es un conjunto arquitectónico de inmenso valor histórico y estético, y no es sorpresa que sea el primer monumento turístico de Bulgaria. A pesar de lo anterior, la afluencia de turistas es muy baja: sólo hay una minivan diaria que va de Sofía al monasterio, y el día que yo fui sólo íbamos 4 viajeros extranjeros

Monasterio de Rila, 120 km al sur de Sofía
La visita al monasterio de Rila y a la ermita de San Iván fue una magnífica introducción a la rica y fascinante historia religiosa y cultural de los Balcanes. No se necesita ser creyente para dejarse asombrar por una corriente espiritual que ha ayudado a un pueblo a resistir embates e invasiones durante decenas de siglos. Esa tarde regresé a Sofía sintiendo que, entre bosques, montañas y arroyos, había logrado encontrar una valiosa pista para comprender un poco mejor una región tantas veces malinterpretada, y tan poco explorada a la vez.
De regreso a Sofía pasé por un pueblo llamado Dupnitsa, donde le pedí a estas chicas que posaran para una foto 

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