Hoy hace exactamente un año comenzó mi aventura en bicicleta por Europa. El 23 de junio de 2012 descendí del tren en Penzance, Inglaterra, junto con mi recién comprada Surly Long Haul Trucker, y comencé a pedalear. No sabía bien a lo que iba, y mi preparación era sólo teórica, nada práctica. Tenía la vaga ilusión de recorrer primero Gran Bretaña, luego Europa, y finalmente Asia. Pero, más que los destinos o las metas, me atraía la idea de la aventura en sí misma, la incertidumbre, la libertad absoluta. Despertar cada mañana y pedalear a donde se me diera la gana, hasta que yo quisiera. Dormir en cualquier sitio, comer lo que encontrara a mi paso, absorber los paisajes y toparme todo tipo de gente. Había renunciado a mi empleo y comprado un boleto sencillo a Europa. Me fui con pocas expectativas, y muchas ganas de dejarme llevar por el camino.
Mosquito Bikes, Islington, Londres. 23 de junio de 2012 |
Coyoacán, Ciudad de México. 23 de junio de 2013 |
Durante los siguientes 6 meses recorrí poco más de 8,500 kilómetros en la bicicleta y pasé por 14 países, hasta llegar a Turquía. Nunca llegaría a Asia: me quedé justamente en Estambul, esa gran ciudad partida por el Bósforo, que marca la frontera entre los dos continentes. En algún punto (con la llega del invierno, creo) la idea de llegar a Asia perdió su brillo, y en enero volví a casa satisfecho.
¿Cómo pedir un cuarto de hotel en Bulgaria? La comunicación fue uno de los retos cotidianos que enfrenté en el viaje. |
Hoy, a un año de distancia, me cuesta un poco de trabajo creer que realmente ocurrió todo aquello. Como he escrito en este espacio, mi vida es de nuevo rutinaria, convencional, estable. Pertenezco de nuevo a una sociedad que es la mía, aunque no termine bien por entenderla: ya no soy el outsider itinerante, el extranjero, el ciclista exótico. Es verdad que sigo atado a mi bicicleta, que ahora es mi medio de transporte en la caótica Ciudad de México. Pero claramente la aventura se terminó. De vez en cuando miro con nostalgia las fotos de la expedición, y me ilusiona la idea de volver a la ruta algún día.
Autonomía: cuando todo lo que necesitas se mueve en dos ruedas. |
Por otra parte, estoy consciente de que el viaje me cambió de varias formas. Las ilusiones, las expectativas y los sueños que me inspiraron a planear esa aventura, han evolucionado con el tiempo o han desaparecido. Durante el viaje aprendí a apreciar muchas cosas que antes no valoraba correctamente por tenerlas tan cerca. La perspectiva viene con la distancia. La apreciación de las amistades, de los lazos afectivos, viene con la soledad. Aunque sólo estuve fuera de casa 7 meses, el aprendizaje de vida fue enorme.
Hoy, mis planes y ambiciones han cambiado. Por supuesto haré otros viajes en bicicleta, aunque probablemente pensados no en torno a distancias o metas, sino centrados en experiencias sociales, culturales y naturales. Pero, en general, creo que obtuve lo que quería de mi viaje en bicicleta: una cierta perspectiva, una cierta calma para mirar al mundo y a la vida. El viaje me ayudó a reflexionar sobre lo que quiero hacer con mi vida. No encontré respuestas en las montañas de Escocia o en los bosques de Alemania, pero creo que al menos comencé a plantearme las preguntas correctas. El grado de introspección que fomenta una experiencia de esa naturaleza es excepcional.
La tranquilidad del bosque, a veinte kilómetros por hora. Algún lugar del noreste de Bavaria, Alemania. |
La "desintoxicación" del viaje no ha concluido. Un viaje intenso, un viaje bien vivido, es uno del cual jamás regresamos por completo. En mi caso, la experiencia de recorrer Europa durante seis meses me ha provocado una cierta fascinación por muchas de las cosas que ví. Y esa fascinación me motiva a continuar aprendiendo sobre las culturas y países con los que estuve en contacto. No es tan difícil hoy en día: uno puede escuchar estaciones de radio y leer periódicos de cualquier país. A través de un Kindle, es posible comprar y leer libros sobre la historia de todos los imperios y regiones. Gracias al email y a Facebook, mantenernos en contacto con los amigos que hicimos en el viaje es tan fácil como teclear y hacer clic.
Incluso uno puede ir más allá, y volver a los sitios que lo cautivaron para vivir o estudiar ahí. En mi caso, uno de los legados de mi viaje fue mi renovado interés por estudiar un posgrado en Europa -y más concretamente, en Alemania. Lo mío son las políticas públicas y resulta que los alemanes tienen una excelente escuela de esta materia, en Berlín. Desde hace un mes y medio estoy en clases de alemán. La competencia por un lugar en el programa que me interesa será férrea, pero vale la pena hacer el intento. Hasta antes del viaje jamás no había considerado seriamente la posibilidad de hacer un posgrado en Alemania.
Estación central de trenes en Frankfurt-am-Main, Alemania |
Algún día quiero redactar y ordenar mis memorias del viaje y publicarlas. Tengo recuerdos muy vívidos todavía, pero debo darme prisa para ponerlos en papel (o en caracteres digitales) antes de que comiencen a disiparse. La memoria está viva, la memoria siempre cambia, y es caprichosa. Pero esa tarea de redacción de memorias avanza lentamente, por mi crónica escasez de tiempo. Eventualmente, estoy seguro, tendré un manuscrito que quizá sea de interés para otras personas -o quizá no. Lo importante es que se convierta en un tesoro de mi aventura.
Por lo pronto hoy, a un año de que comencé a pedalear, puedo decir con convicción que la decisión que tomé al emprender esa aventura fue correcta. Pese a que gasté una proporción enorme de mis ahorros, no tengo duda de volví más rico de lo que me fui. Es cierto que uno nunca sabe a ciencia cierta cómo lo van moldeando las experiencias de vida. Sin embargo, lo que es evidente es que el mayor aprendizaje nos llega cuando salimos de nuestra zona de confort y aceptamos la incertidumbre y los riesgos del camino. Nuestra respuesta a los retos del camino es lo que va forjando nuestro carácter. Y cuando miramos hacia atrás y constatamos todo lo que hemos avanzado, resurge nuestra confianza para seguir adelante.